MARÍA JESÚS MEDINA ORCAJO: "Cuidar a mi familia es una decisión propia, no una carga"

Abogada de profesión, María Jesús Medina Orcajo ha compaginado, desde hace siete años, el cuidado de sus padres enfermos con su trabajo. Sólo dos días después de esta entrevista, falleció su madre, a la que se ha dedicado en cuerpo y alma. Ahora, continúa la labor con su padre. Cuando se tienen las ideas tan claras y se es tan coherente, sobran las presentaciones. María Jesús Medina es así, una mujer clara, comprometida y satisfecha de entregarse como lo hace a los demás.

    04 abr 2010 / 10:00 H.

    —¿Por qué es abogada?
    —No lo sé, porque era lo que menos quería hacer en esta vida. Mi vocación era Medicina, pero, entonces opté por lo más fácil para mí, que era memorizar e irme a Granada con todos mis amigos que iban a hacer Derecho. Al terminar, empecé a ejercer. Me gustaba, pero decidí preparar oposiciones por la seguridad económica y las saqué. Después de estar en la Junta de Andalucía, llegó el Ayuntamiento, como funcionaria en Negociados, y acabé en Asesoría Jurídica. No soy un abogado vocacional que le entusiasma su profesión, pero es un trabajo que me agrada. Tengo muy buenos compañeros y no se me da mal; incluso, disfruto con lo que hago.
    —Y después del trabajo, ¿qué hace?
    —Cuidar a mi familia. Mi dedicación ahora va a mi padre. Antes había otras cosas, ahora mi ONG está en casa.
    —¿Cómo concilia la vida laboral con el cuidado de su familia?
    —Es muy difícil. Hay momentos que me desborda porque estás en el trabajo y pensando en lo que has dejado en casa; después, estás en casa y piensas en lo que se te ha quedado por hacer. No es un horario de ocho a tres, es una implicación que te va atando cada vez más.
    —¿Desde cuándo no descansa?  
    —Desde hace tiempo, siete años o más. Es curioso. Hace veinte años, si los hijos cuidaban a los padres, era lo normal; hace diez años empezó a ser algo raro, éramos “buenos hijos”; ahora somos una excepción.
    —¿Qué siente al no tener tiempo libre?
    —Pues depende de cómo lo enfoque. Yo pienso que si mi tiempo es entregarme a los demás, dispongo de todo el tiempo del mundo. Mi planteamiento de vida ahora es cuidar a mi familia, punto. Cuando decides algo, tienes que meditar y, luego, asumirlo con todas sus consecuencias; si no lo haces, eres una amargada permanente.
    —¿De dónde viene la fuerza?
    —Yo estoy convencida de que es de Dios, que utiliza distintos instrumentos. Unas veces los medios son tu familia, o amigos, otras los profesionales de la medicina, que me ayudan mucho, otras veces es el propio familiar enfermo, cuando ves su debilidad y su sufrimiento. Son cosas que va poniendo Dios en mi camino y que hacen que saque fuerzas de ahí.
    —¿Qué se necesita para cuidar?
    —Paciencia infinita, tiempo y dominar una serie de técnicas. No es sólo la buena voluntad, también hace falta la formación del cuidador. He hecho cursos en mi  centro de salud de formación sanitaria y también psicológica. En eso sí he tenido mucha suerte. Antes no había la planificación que hay ahora. Tener paciencia es de las cosas que más trabajo me sigue costando, por mi carácter, pero tengo que echar el freno. Cuesta, pero se aprende.
    —Usted es hija única, ¿echa de menos tener más familia?
    —Depende. Pero sí, los echo de menos, sobre todo, a la hora de tomar decisiones serias.
    —¿Ha pensado alguna vez en delegar el cuidado?
    —Hay determinadas funciones que delego. De hecho, mientras estoy trabajando, hay una persona que está cuidando. Cuando tengo que ir a algún sitio por la tarde, suelo alternarme. Para las noches, por lo general, no, porque yo soy de poco dormir. Alguna vez, cuando los ingresos en el hospital son largos, sí he dejado a personas de toda mi confianza. Pero, en definitiva, la delegación es relativa, porque no desconecto.
    —¿Se siente respaldada por las instituciones?
    —No creo en las instituciones, pero sí en las personas. Una institución, si está formada por personas coherentes, es seria y viceversa. Partiendo de esa base, sí me he sentido siempre muy respaldada. Como cuidadora, tengo una gratitud inmensa por nuestro sistema  sanitario, del que tantas veces se queja todo el mundo. En cuanto al centro de salud, respaldadísima por tantas personas que siempre me han apoyado, formado, aconsejado y orientado. Por ejemplo,  hace 15 días, cuando volví a casa de un ingreso, me encontraba mal de ánimo y me llamó Inmaculada Álvarez, la enfermera de enlace, para preguntarme cómo estábamos. Ese contacto, esa llamada, para mí fue insuflar aliento, ánimo. No es que me solucionase en ese momento nada, lo que necesitaba en concreto era esa llamada, ese cariño. Lo mismo pasa con mi parroquia. Una serie de personas me apoyan y me hacen más llevadero esto.
    —¿Qué piensa usted como cuidadora que se podría mejorar?
    —Aunque he tenido mucho respaldo, sí quizá hay algo todavía que no se ha acabado de perfilar o, por lo menos, yo echo en falta. En el último ingreso con mi madre, paseando por el pasillo, veía siempre un cartelito con una mano del cuidador con la del anciano y decía algo de “cuidar al cuidador”  y yo pensaba “tiene guasa, que llevo ya aquí una semana —que en verano fue mes y medio—, paseando por el pasillo y nadie me ha preguntado por la hora que es”. Entonces, una de dos, o nos quitan el cartelito o, de verdad, nos cuidan. Una forma, se me ocurre, es esa llamada telefónica que decía yo antes de Inmaculada, que me había llegado al alma, ver una vez al mes, preguntar, “¿como le irá a esta familia?”
    —¿Qué piensa de las residencias para los mayores?
    —Me parece bien, es una opción. Lo bueno es tener opciones, y elegir libremente la que mejor convenga en cada momento. Yo lo que he vivido en mi casa, como se cuidó a mi abuela aquí hasta el final, entendí y entiendo todavía que la mejor opción en mi caso particular era cuidarlos en mi casa y directamente por mí. Lo importante es que el mayor se encuentre cuidado dignamente. Yo lo más probable es que cuando sea mayor esté en una residencia, porque por ahora no me he casado, no tengo hijos, ni hermanos, entonces cuando tenga una cierta edad, no me extrañaría nada que acabara en una residencia  por voluntad propia, quizás me guste esa forma de vivir. Hoy tienen muchísimos  medios, tareas ocupacionales, gimnasia y juegos para conservar la memoria. Lo importante es que la sociedad tiene más conciencia social en todos los ámbitos, porque somos un país muy envejecido y se tienen que poner medios para cubrir esas necesidades, no cabe la menor duda, aunque sólo sea por egoísmo propio.
    —¿Es usted feliz?
    —Sí, soy feliz. La felicidad no es llegar a la meta, sino el esfuerzo por conseguir llegar.

    MARÍA DEL MAR VÁZQUEZ