MARÍA DOLORES MEDEL ACEITUNO: “Quien quiere algo, tiene que esforzarse”

María Dolores García
Lola, como le gusta que le llamen, pertenece a una familia de Valdepeñas, aunque ella nació en Jaén el 13 de octubre de 1973. Se define como educadora. Es una deportista nata. Lleva casi dos décadas compartiendo su tiempo con chicos y chicas: niños, cadetes y jóvenes a los que les gusta el deporte, como a ella. Muchas veces, más que entrenadora es “colega” y los observa de forma privilegiada.

    12 abr 2009 / 10:03 H.

    Es la más pequeña de 3 hermanos, y refiere haber tenido una infancia feliz.
    —¿Cuál es el valor más importante que le han enseñado sus padres?
    —El sentido del trabajo, de la responsabilidad y del esfuerzo. Que para conseguir algo hay que luchar y que quien quiere algo, tiene que esforzarse, porque nadie regala nada. Cuando veo la actitud de los niños y niñas de ahora, me pregunto en qué estamos educándoles. No parecen tener responsabilidades ni capacidad de “sufrimiento”, ni ganas de esforzarse. Mis padres también me transmitieron el valor de la familia y el sentido de unión familiar. Todos estamos con aquel que necesita algo.
    —En la educación que recibió o a la hora de enfocar su futuro, ¿se ha sentido tratada de forma diferente a sus hermanos?
    —Nunca hubo diferencia alguna en la educación o en la oferta de oportunidades. Las diferencias estaban sólo en los horarios de salida o en las responsabilidades en casa. En algunos casos, aún hoy hombres y mujeres tienen un rol socio-familiar distinto. Pero, con los años, esa mentalidad va cambiando y los cuidados del hogar son asumidos indistintamente. Por ejemplo, me sorprende y me gusta ver, hoy, a mi padre colaborar con mi madre en casa.
    —¿Cómo llegó el deporte a su vida?
    —Era buena estudiante, pero no tenía muy claro qué quería ser de mayor. Dedicarme a la Educación Física fue la consecuencia de varias coincidencias. Empecé a relacionarme con el deporte en el instituto. Jugaba a fútbol sala, incluso me hice árbitro y los fines de semana “pitaba” partidos. Estudiaba COU cuando nació la especialidad de Educación Física, y uno de los primeros sitios donde se impartió fue Jaén. Me animé y me encantó. Los compañeros, que éramos de todas partes de España, estábamos muy unidos y dedicábamos los ratos libres a jugar. Me metí en el equipo de voleibol de la Universidad y en el de fútbol sala. Era curioso porque entrenábamos en la pista de fútbol sala y luego jugábamos a fútbol 7 en césped. Estaba a punto de entrar en la selección andaluza y lo tuve que dejar por una lesión. Por entonces conocí al que hoy es mi marido, que jugaba en el club Voleibol Jaén, y me acerqué más a este deporte. Durante doce años, di clases en un colegio, entre otras cosas, de voleibol, y por las tardes, trabajaba en la Federación Andaluza.
    —¿Cree que el mundo deportivo del que habla es popularmente conocido?
    —Qué va, es un mundo “debajo del deporte”. Se conoce cuando se ganan premios o alguien va a la selección, pero no el trabajo de abajo. A excepción del fútbol, porque está “el fútbol y el resto”. Los que amamos el deporte no lo practicamos para participar en competiciones de alto nivel. Lo hacemos aunque no haya equipos arriba.
    —Hacer deporte por hacer deporte.
    —Entrenar a un equipo de niños es mucho más que enseñar un deporte. Se inculcan valores, y los entrenamientos son oportunidades para conocer a gente, hacer amistades, integrarse en un grupo. El deporte es positivo para el desarrollo de la persona.
    —¿Deporte individual o de equipo?
    —Hay connotaciones que los hacen muy diferentes. Hay padres que llevan a sus hijos a hacer deporte simplemente porque piensan que es bueno para ellos, y salvo que tengan alguna afición especial, les da igual qué practiquen. Otros, se dejan llevar por otros motivos y eligen el deporte individual porque es más fácil para sus hijos destacar. En los deportes de equipo, el voleibol, por ejemplo, el éxito resulta de la coordinación y el buen juego de un grupo de seis jugadores. Gran parte de mi trayectoria profesional la he dedicado al entrenamiento de niñas, y muchas han venido de vuelta de deportes individuales, desbordadas por las exigencias. Han acabado en voleibol porque conocían a alguna amiga que lo practicaba o porque le iba bien la hora de los entrenamientos. Yo acojo a todas las chicas que se apuntan y no me lo planteo como un deporte de rendimiento, sino recreativo.
    —¿El deporte como terapia?
    —Sí, para algunas niñas de las últimas generaciones muchísimo. Como educadora, veo una evolución en la actitud de los niños: se inhiben ante las dificultades. A pesar de aparentar ser muy “echados para adelante”, a la hora de la verdad son incapaces de afrontar situaciones difíciles. He tenido que sacar de la pista a niñas por verlas incapaces de responder.
    —En este sentido, ¿Cómo es su relación con los padres?
    —A muchos ni los conozco, no aparecen, ni siquiera en los partidos para animar o acompañarlas. Pero, hay casos de padres totalmente implicados que incluso han venido a conocerme, y seguimos juntos los progresos de sus hijas.
    —Tengo entendido que próximamente tiene previsto participar en un acontecimiento deportivo. 
    —En la actualidad, doy clases de voleibol en el colegio Divino Maestro, y en mayo voy con casi doscientos niños a las Olimpiadas que se celebran en Orense, donde se espera que participen unos tres mil. Una locura.
    —¿Qué opina del dicho de que “el buen entrenador es aquel que sabe sacar lo mejor de cada jugador”?
    —Sí, tienes que ver lo que cada niña puede dar y, después, convencerlas. Yo les digo que tienen que creerse que saben hacerlo y que son buenas, y no entrar en el conformismo de la “normalidad” que se han inventado. Consideran que suspender tres es normal. Así pasa con todo.
    —Tiene dos hijos pequeños, ¿cómo concilia el trabajo con la vida familiar?
    —Dejé de trabajar cuando me quedé embarazada de mi primer hijo, Jaime. Luego, nació Gonzalo, que ahora tiene tres años, y hace poco tiempo que me he incorporado al trabajo, pero en un horario que no me impide pasar todo el tiempo con mis hijos. Considero que en la vida hay que priorizar. Si tengo para comer me conformo con tal de poder disfrutar de mis hijos, estar a su lado. Mi felicidad está en mi familia.
    —Al compartir los dos la misma dedicación, ¿qué papel juega su marido en su vida profesional?
    —Muy importante, llego a pensar que si mi marido no hubiera estado tan vinculado al deporte, quizás yo tampoco lo habría estado. Nos hemos potenciado el uno al otro, nos servimos de apoyo y de estímulo: desde los madrugones los fines de semana para ir a los partidos, a las deshoras de los entrenamientos, estamos compenetrados. Deseo el momento en que mis hijos sean un poco más grandes y hagamos un equipo de cuatro.