MARÍA DOLORES CAZALLA GALLEGO.- "Ese ángel que está en el cielo nos echa una mano"

Inmaculada Espinilla
Aunque no se reconoce en el perfil de una mujer fuerte, lo cierto es que, cuando se repasa su trayectoria, María Dolores Cazalla Gallego es un ejemplo de entereza. Ha sabido plantarle cara a las vicisitudes que le obstruyeron el camino y su mensaje es claro: apostar por la vida. De ahí, y del cariño a los suyos, sacó el arrojo necesario para poder superar el fallecimiento de su hija Ainhoa. Hasta tal punto llegan sus ganas de vivir y salir adelante, que se encuentra inmersa en la redacción de un libro sobre su experiencia.

    03 feb 2013 / 09:59 H.

    —¿Qué es lo que quiere contar en su obra?
    —Perdí a Ainhoa el 13 de marzo del año 2006. Le detectaron leucemia y fue todo muy rápido. Lo que quiero plasmar en el libro y gritarle a todo el mundo es que se puede sobrevivir a un hijo. Comienza cuando yo me casé y termina con el nacimiento de mi segunda hija, Carla.
    —Hay muchas personas que aseguran que nadie está preparado para ver morir a su hijo, que es algo que imposible o muy difícil de superar ¿Qué les diría?
    —Lo que narro en mi libro es la mejor etapa de mi vida. No queremos dar pena, todo lo contrario. No es un libro que refleje el dolor. Eso queda para mi marido, Carlos, y para mí. Lo que yo quiero es que la gente sepa que yo tuve dos hijas. Es más, cuando fallece un hijo, a pesar de lo que muchos dicen, no te mueres. Somos más fuertes que eso. Sí podemos sobrevivir a nuestros hijos. Lo que ocurre es que tenemos mucho miedo al sufrimiento. Por otro lado, también es cierto que el dolor no desaparece, simplemente, cambia de forma. La frase de “el tiempo lo cura todo” es triste, pero yo, en la actualidad, puedo hablar con más serenidad de todo lo ocurrido. Hay personas que  me dicen que no hable de eso, pero cómo no voy a querer hablar de mi hija. Para mí es una alegría, no una pena. Yo cuento cosas de Ainhoa con naturalidad y, a la hora de firmar algunas tarjetas, lo hago como la mamá de Ainhoa y Carla.
    —¿Cuándo se podrá leer el libro?
    —Estoy muy ocupada, pero, si todo va bien, espero terminarlo este año. Carlos me ayuda en todo. Es uno de los pilares de mi vida.
    —A pesar de la entereza que demuestra, debe ser un golpe difícil de superar.
    —Todo ocurrió demasiado rápido. Ainhoa ingresó el 24 de enero de 2006 y falleció el 16 de marzo. Nació a los 9 meses y 15 días de casarnos nosotros. La vida te da palos que no te los esperas. A veces, te cuentan casos de otras personas y dices: “Madre mía”, pero no piensas que te vaya a pasar a ti. Cuando ocurre, tienes dos opciones: seguir adelante o quedarte en el camino.
    — Y su opción fue la de seguir adelante.
    —Por supuesto. Ainhoa fue mi maestra. Ella, con 5 años, luchó todo lo que pudo. Se sometió como una campeona a unos tratamientos muy duros y siempre estuvo ahí. Era una niña muy madura y muy sensata para su edad. Si nos veía mal, nos decía que no nos podíamos poner tristes. Si ella fue capaz de afrontar la enfermedad con toda la serenidad, cómo no lo voy a hacer yo. Y es que la sociedad vive de espaldas a la muerte, al miedo y es necesario afrontar las vivencias que lleguen.
    —Cuando uno vive una experiencia de esa magnitud, ¿a qué se agarra para poder continuar hacia delante?
    —Me agarré a lo que más quiero, que es estar viva. Para todos —mi familia, mi marido, etcétera— fue una desgracia muy grande. Cuando Ainhoa falleció, me sostuvo el cariño de mi marido, no podía dejarlo caer; mi madre tampoco se podía venir abajo. También tuve que aprender a querer a mi hija de otra manera. Sé que no está presente, pero vive en mí. Soy de las que opinan que una persona no muere hasta que no se la olvida.
    —El principio debe ser lo más duro.
    —Nuestra vida dio un giro tremendo. Empiezas a valorar lo que es lo verdaderamente importante y te das cuenta de que todo lo material no sirve de nada. Lo fundamental es la salud y el amor. Tener a mi gente a mi lado es lo que me ayuda a seguir. Obviamente, hay días buenos y días malos. Renaces de tus cenizas, ya que una parte de ti muere. En ese momento me sentí mutilada. Perdí algunas ilusiones del noviazgo, como formar una familia. Al principio, te sientes reacia a la vida y todo está oscuro. Yo soy creyente y, entonces, mis palabras de oración iban a mi hija primero y, después, a Dios. Pero es necesario continuar. A mí, también me ayudó, en parte, ser una niña grande. 
    —Y supongo que en las ganas de continuar tuvo mucho que ver la llegada de su hija Carla.
    —Por supuesto. Nos costó mucho que llegara. Queríamos tener otro hijo, pero no venía. Debido a todo lo ocurrido, no me quedaba embarazada. En el hospital me hicieron todo tipo de pruebas y estaba bien. Me llegaron a decir que el cuerpo era sabio. Al final, me sometí a un tratamiento de inseminación.  Primero, me quedé embarazada en el año 2007, pero tuve un aborto. Después, me volví a quedar en marzo de 2008 y Carla nació en 2009. Volvió a llenar mi vida de ilusión.
    —¿Qué carácter tiene Carla?
    —Carla es mi esperanza, mi ilusión, mi “bicho”. Tiene un carácter muy diferente al de Ainhoa. Son muy distintas. Yo pienso que tenía que ser así. Es una niña muy activa y nos carga las pilas a todos. Es el timón que nos ayuda a seguir. Ella se lo merece todo, no nos podemos quedar en la tristeza o en otras cosas porque Carla no tiene la culpa de nada de lo que ocurrió.
    — Y la vida sigue su curso.
    —Por supuesto. Como es lógico, tengo miedo de que le pueda pasar algo, pero eso es algo que tengo que educar y controlar. Cuando se resfría o se pone malilla, me preocupo mucho. En esos momentos, me pongo mi máscara, me pinto la cara y me pongo una sonrisa. Ella no tiene por qué sufrir las consecuencias de otras experiencias anteriores. Además, también pienso que ese ángel que está en el cielo —Ainhoa— nos echa una mano.
    —Parece una mujer  muy fuerte.
    —Yo no lo diría así. En realidad, pienso que aparento ser más fuerte de lo que soy. Me cuesta mucho expresar mis sentimientos. Siempre me he considerado como una niña grande. Gesticulo mucho al hablar, sonrío, etcétera. Cuando me siento triste, tengo que pensar que no estoy enferma. Por otro lado, tengo derecho a reírme, a salir, a entrar, a disfrutar. Tengo que seguir viviendo. No soy un alma en pena. Querer a una persona significa querer que esté bien.
    —¿A qué se dedica?
    —Trabajo en la residencia Virgen de la Capilla. Estoy de supervisora. Me ocupo de que las niñas estén a gusto y de coordinar al equipo. Trato de llevarme bien con las chicas. Mientras pueda ayudarlas en todo lo que me digan, lo haré sin meterme mucho en su vida personal.