MARÍA DEL CARMEN SEGURA CASAS "Trabajo en lo que me gusta y tengo completas mis metas"

María Poyatos
Trabajadora incansable, María del Carmen Segura lleva muchos años de experiencia a sus espaldas de cara al público. Tal vez por eso, ayuda en sus ratos libres a su marido, Antonio Villar, en La Tertulia, cantina linarense que lleva por bandera la originalidad de sus creaciones. Siempre ha vivido en Linares, ciudad en la que ha desarrollado su vida laboral y sus experiencias familiares. Se casó, tuvo una hija que sigue sus pasos estudiando Derecho, y creó un núcleo familiar sólido, en el que la cocina juega un papel muy importante.

    11 ago 2013 / 09:18 H.

    —¿A qué se dedica?
    —Trabajo en la Administración pública, concretamente en el SAS, desde que tengo 26 años. Tuve mucha suerte, me preparé las oposiciones y enseguida conseguí mi puesto en Linares; antes no existían tantas dificultades como ahora. Y en el tiempo que me queda libre echo una mano a mi marido, Antonio, en su negocio, el bar La Tertulia, puesto que me encanta el trato con la gente me distrae bastante. No es que sea un negocio familiar, pero prácticamente desde sus comienzos he estado implicada, desde hace trece años. El bar se concibió en un primer momento como mesón, pero con estos tiempos de crisis tuvimos que tomar una decisión y convertirlo en una taberna, puesto que Linares no es una ciudad que tenga tanta demanda de restaurantes. Siempre me he pasado por aquí cuando hace falta, para controlar un poco sobre todo. Mi marido es el cocinero jefe, de una plantilla de tres empleados en cocina. En verano solemos ampliarla con una persona más, pero normalmente son tres los que cocinan.
    —¿Han notado mucho la diferencia en el paso de restaurante a taberna?
    —Cuando éramos restaurante, contábamos con una clientela bastante buena, pero insuficiente. Organizábamos principalmente comidas de empresas, y algún que otro evento familiar, como comuniones o bautizos esporádicos. Cuando comenzó la crisis, las empresas de nuestros clientes empezaron a recortar gastos, la demanda comenzó a reducirse, con excepción de dos picos anuales más exitosos por decirlo así, que se localizaban en navidad y en semana santa. En aquel entonces, el local lo cerrábamos para crear ese ambiente íntimo. Acabamos optando por reformar el negocio, porque los beneficios que se obtenían no eran suficientes: había que pagar muchos impuestos, una hipoteca, sueldos… Hubo un tiempo en que lo pasamos bastante mal. No hemos hecho una gran reforma estructural, solo abrimos una terraza al aire libre y preparamos un acceso que diera a la calle, para poder servir allí. También adaptamos la zona interior, con una barra para atención al público, que antes solo utilizaban los camareros, además de varias repisas, y así conseguimos aprovechar el espacio, sobre todo en verano, que es cuando más clientela tenemos.
    —¿Y cómo responden sus clientes?
    —Tenemos muchos, pero el consumo ha descendido enormemente, y apenas es rentable. Ampliamos la plantilla en verano para mejorar la atención, pero en invierno nos apañamos con poquito. Además, abrimos solo media semana, porque de lunes a miércoles la demanda es minúscula y nos sale más caro tener que mantener el negocio abierto.
    —¿Ha hecho amigos entre ellos?
    —Hay veces que voy por la calle y la gente me saluda y ya no sé si son clientes o si son gente del hospital. Nuestros clientes más fieles sí que nos tratan con bastante cariño, y nunca faltan a su cita diaria o semanal con el bar. Y quieras que no, al final se crea un vínculo especial con la clientela fija que, al fin y al cabo, son los que mantienen esto abierto.
    —¿Alguna seña de identidad de este negocio hostelero?
    —Una es la originalidad, el no copiar a los demás. Mi marido es un gran cocinero, autodidacta además. Tenemos una carta con creaciones que no se encuentran en otro bar, y cada día siempre se incluyen tres o cuatro tapas del día, porque Antonio siempre está innovando. A mí también me encanta cocinar, pero no me deja por si le hago la competencia. 
    — ¿Qué estudió usted?
    —Después de acabar bachiller, comencé la carrera de Derecho, que me apasiona, pero no pude terminarla, porque coincidieron muchas circunstancias. Tenía que prepararme las oposiciones, estaba trabajando y nació mi hija. Acabé dándole prioridad a disfrutar el tiempo de sus primeros años de vida, que son los que más rápido pasan. Tuve suerte, porque encontré un puesto de trabajo rápidamente. Y me siento bastante satisfecha en mi puesto, realizo un trabajo que me gusta, y creo que tengo completas mis metas. Si tengo ganas de estudiar, suplo esa necesidad leyendo un libro que me encante, o dedico mi tiempo a otras aficiones.
    —¿Como cuáles?
    —Sobre todo al deporte, he sido muy activa toda mi vida. Siempre he jugado al balonmano, y también al “squash”, he hecho bailes de salón, he dedicado muchas horas al gimnasio… No puedo estar parada. También formé, hasta este año, parte de una asociación de senderismo del municipio de Mengíbar, La Tortuga, con la que he hecho rutas muy bonitas y dos veces el camino de Santiago. Pero ahora he dejado un poco aparcada la actividad por una lesión en el hombro. Me da pena haberlo dejado, pero la vida se rige por etapas, y en cada una se le va dando preferencia a unas cosas y vas dejando aparcadas otras.
    —¿Cómo ha conciliado la vida laboral con la familiar?
    —La verdad es que mi marido y yo nos hemos compaginado muy bien, porque tanto Antonio como yo tenemos las mismas aficiones y similar forma de relacionarnos. A mí me encanta el contacto directo con la gente, porque mi padre también tenía un bar, El Jamón, y me acostumbré desde pequeña a tratar con el público. Y yo apoyo a mi marido siempre que lo necesite. Así compartimos las dificultades y también los éxitos, que vienen más con cuentagotas. También es cierto que mi familia es pequeña, solo he tenido una hija, y ella se ha integrado bien en nuestro ambiente. Puedo decir que hasta la fecha soy afortunada.