MARÍA CORTÉS CONTRERAS. "Con un trabajo, la mujer gitana es más independiente"
Mariam López Ruiz
Como dice María, —“La Chata” le dicen—, no existen razas, sino personas. Y personas buenas como ella, que defiende las tradiciones de su gente, pero que, al mismo tiempo, lucha para que la mujer gitana tenga el lugar que le corresponde. Por esa oportunidad de demostrar que trabaja igual o mejor que cualquier otra. María no pierde esa sonrisa transparente que le ayuda a enfrentarse a todo, y que, a quien la conoce, le convence de su honradez. No se ha sentido nunca discriminada como trabajadora gitana, pero sabe que la discriminación existe. “La Chata” es un ejemplo de gitana trabajadora, buena madre y, sobre todo, excepcional persona.

Como dice María, —“La Chata” le dicen—, no existen razas, sino personas. Y personas buenas como ella, que defiende las tradiciones de su gente, pero que, al mismo tiempo, lucha para que la mujer gitana tenga el lugar que le corresponde. Por esa oportunidad de demostrar que trabaja igual o mejor que cualquier otra. María no pierde esa sonrisa transparente que le ayuda a enfrentarse a todo, y que, a quien la conoce, le convence de su honradez. No se ha sentido nunca discriminada como trabajadora gitana, pero sabe que la discriminación existe. “La Chata” es un ejemplo de gitana trabajadora, buena madre y, sobre todo, excepcional persona.
—¿Cómo fue su infancia?
—Soy gitana, he nacido en una familia con unas tradiciones muy arraigadas y que, por supuesto, respeto y vivo. Sin embargo, como mujer gitana quizá fui un poco rebelde, porque siempre pensé que la mujer tenía que luchar por sí misma, ser independiente y ganarse ese puesto que siempre se le ha negado, especialmente a la de mi raza que sufre, se podría decir, una doble discriminación: por ser mujer y por ser gitana. Desde pequeña tuve la mentalidad de que no era ni paya ni gitana, soy persona, y siempre luché porque se me valore así. Puede trabajar igual una castellana que una gitana, solo es cuestión de que se lo proponga. Siempre tuve el objetivo de seguir adelante. Por más que la vida se complique, hay que luchar y superarse. Desde luego que he roto un poco los estereotipos, porque yo había trabajado como limpiadora en casas particulares. Como víctima de violencia de género que fui, a través de uno de los cursos que ofrece la Junta de Andalucía a mujeres en esta situación, me dieron la oportunidad de entrar en la empresa Edim, donde trabajé, durante diez meses, como herrera. Al hilo de esto, desde aquí, animo a las mujeres, en general, y a la gitana, en particular, a denunciar, a no soportar los malos tratos, porque se puede salir adelante por una misma y existen muchas ayudas. Después entré en la empresa de Limpiezas Juma, donde trabajo en la actualidad, y donde ya trabajaba mi hermana.
—Los trabajos que desarrolló no son los que habitualmente realiza la mujer gitana, ¿no?
—La verdad es que la función de la mujer gitana ha sido tradicionalmente cuidar de la casa, los hijos y los ancianos de la familia. Se nos ha dejado espacios como la venta ambulante, la venta de flores o la vendimia; pero como ayuda para el marido, nada de hacerlo individualmente, o de forma independiente. Yo realicé, también, trabajos de este tipo, cuando no tenía otra cosa, pero siempre con el objetivo claro de superación, de buscar algo más, de ser independiente, de demostrar que puedo desarrollar cualquier puesto de trabajo si me lo propongo.
—¿Cree que existen todavía prejuicios en la sociedad que impiden la integración laboral de la mujer gitana?
—Aunque afortunadamente no ha sido mi caso, creo que sí existe discriminación hacia la gitana. Un ejemplo muy sencillo se ve en el trabajo doméstico, si una mujer gitana entra a trabajar de limpiadora en un hogar, no se le da la llave de la vivienda para que entre por ser gitana. Porque aún va unida a nuestra raza la idea de que no somos de fiar. El problema es que no se nos brinda una oportunidad para demostrar que el estereotipo que habitualmente ha tenido el gitano, no acompaña a todos los de nuestra raza.
—En la empresa de limpieza en la que trabaja, ¿se ha dado el caso de un cliente que haya solicitado otra persona que no sea gitana?
—Al contrario. En el lugar donde mi hermana y yo hemos hecho una limpieza, han vuelto a llamar a la empresa para pedir que volvieran las gitanillas, lo que ya refleja la satisfacción por nuestro trabajo y esa confianza que pido para los míos. De hecho, trabajo en oficinas, colegios y en empresas como Sonytel, Friomar y otras. Y se confía plenamente, porque se mira el trabajo que haces y no otra cosa.
—Al margen de todos estos condicionamientos, ¿cree que además existe un machismo gitano que impide aún más a las mujeres de su etnia acceder a un puesto de trabajo que las haga más independientes?
—No hay un machismo gitano: El machismo es un mal universal, pero que, quizá por nuestra cultura, se ha asumido y aceptado. Aunque también debo decir que depende de regiones y ámbitos, porque, por ejemplo, en Cataluña la mujer gitana es mucho más independiente que aquí. Hablando de lo que yo conozco, el hombre gitano, como ya he dicho antes, permite a su mujer trabajos en los que, de algún modo, él tenga el control directo sobre ella, tales como la venta ambulante, en la que siempre está acompañada del esposo. Pero sí se nos pone trabas para otros puestos en los que él no ejerza esa supervisión o en los que tú te desarrolles independientemente.
—¿Está reñido ser gitana con ser trabajadora e independiente?
—Yo te hablo desde mi vivencia personal, y no, no está reñido. Yo sigo mis costumbres gitanas, y las respeto. Por ejemplo, a mi hija, como a mí, se le hizo la prueba del pañuelo y yo lo respeto. Pero, después, cada uno tiene su vida y en el trabajo lo importante es cumplir y hacer las cosas como te piden y como se espera. Se puede ser mujer, gitana y trabajadora.
—¿Cree que poco a poco la gitana se está incorporando más al mundo laboral?
—Por supuesto. A pesar de las trabas que nos hemos encontrando, sin duda sí. Afortunadamente, podemos decir que hay gitanas médicas, abogadas o psicólogas. El problema que hemos tenido las mujeres de mi generación es que no llegábamos a tener estudios. Y el no tener titulación alguna es otro impedimento para obtener un trabajo. En mi caso, no llegué a estudiar porque, con trece años, me casaron. Pero eso ya se está superando y, hoy día, la gitana estudia y la edad de casarse ha subido bastante. Pero aún nos queda camino, porque mientras las payas luchan por alcanzar la conciliación entre la vida familiar y laboral, las mujeres gitanas todavía deben luchar por ser mujer trabajadora independiente. Respecto a la importancia de estudiar, te diré que también di cursos organizados por el Ayuntamiento, en el Centro “Antonio Díaz”, dedicándome, junto a trabajadoras sociales, a concienciar a las madres de la importancia de que sus hijos acudan al colegio, así como charlas para ellas; para que sepan todas las posibilidades y recursos que están a su alcance, como la Escuela de Adultos.
—-¿Considera que con un empleo la mujer gitana es más libre?
—Sí, porque así se defiende ella sola ante la vida y no depende de nadie. En la ley gitana el hombre trae el dinero y la mujer está en la casa, pero los tiempos cambian y una mujer no tiene por qué estar sujeta a estas reglas; aunque todavía, desgraciadamente, pasa. Pero el trabajo sí que da, ya no tanto libertad, pero sí más independencia.