MARI PAZ VALDIVIA GARCÍA. "Tardé en asimilar la realidad de mi trabajo"

María José Ortega
Tiene una mirada tranquila, sosegada. Sus gestos revelan toda la paciencia que requiere una persona que convive día a día con los obstáculos personales de los demás. Pero ese es su trabajo y así lo decidió Mari Paz Valdivia García. Ella es trabajadora social en la Asociación de mujeres con discapacidad Luna, en la que lleva desde el pasado octubre. En el instituto ya tenía claro cuál sería su camino y luchó por no desviarse de él. Hoy por hoy, sigue inmersa en esos menesteres.

    20 mar 2011 / 10:12 H.

    —¿Por qué Trabajo Social?
    —Porque los temas sociales siempre me han llamado la atención, me encantaba y me encanta el trato con la gente, me gusta poder ayudarla a través de mi trabajo. Desde el instituto tuve muy claro lo que quería ser, no me planteaba la posibilidad de estar en otro sitio. Así que me fui a estudiar a la Escuela de Trabajo Social de Linares, la acabé en 2003 y empecé a trabajar en 2005. Han pasado 6 años y no he parado desde entonces. La verdad es que no me puedo quejar; he tenido bastante suerte.
    —¿Cuáles han sido sus comienzos en la profesión?
    —Siempre he trabajado en el campo de la discapacidad. Primero empecé en Fejidif, la Federación Provincial de Asociaciones de Personas con Discapacidad Física y Orgánica de Jaén, y allí llevaba la parcela de ocio y tiempo libre y juventud. Entre otras cosas, me dedicaba a organizar encuentros para gente joven de ámbito provincial, asistíamos también a actos en Andalucía. Por otro lado, gestionaba los turnos de vacaciones de las personas con discapacidad y organizábamos excursiones, a las que yo iba de vez en cuando. Las personas con discapacidad suelen encontrar muchos obstáculos a la hora de acceder a actividades por el simple hecho de que no cuentan con los medios oportunos como, por ejemplo, un transporte  adaptado a sus necesidades. Luego, trabajé en otra asociación de Fejidif , pero en el ámbito de la comarca de Sierra Mágina, en Mancha Real, durante aproximadamente unos tres años. Allí me encargaba más de la atención social, de gestión de recursos y coordinaba proyectos y talleres.
    —¿Es una labor más satisfactoria que dura o más dura que satisfactoria?
    —Tiene un poco de cada. En general es un trabajo satisfactorio, porque sabes que estás ayudando a los demás, pero también es muy duro, porque cada individuo con el que tratas es un problema distinto y algunos muy difíciles. Cuando comencé a trabajar en esto tuve que asistir a un curso en Málaga. Allí vi a personas igual que yo, de mi misma edad, con malformaciones congénitas, o que han sufrido un accidente de tráfico. Yo tardé un tiempo en poder asimilarlo porque al principio impacta, pero cuando aceptas esa realidad es realmente satisfactorio.
    —¿Dista mucho lo que enseñan en la carrera a lo que se ve en el día a día?
    —La realidad es muy diferente de lo que se aprende en la Facultad. Una cosa es la teoría, que por supuesto tienes que saberla, y otra muy distinta es la práctica. Hay aspectos importantes que no te enseñan en la carrera como, por ejemplo, a gestionar proyectos o a tratar con determinados colectivos. Es en el día a día cuando descubres y aprendes.
    —Una opinión sobre la visión que tiene la sociedad respecto a las personas con discapacidad.
    —Por lo general, son personas que socialmente están integradas. Es cierto que se tiende mucho a quererlos proteger, incluso a sobreprotegerlos, a tratarlos como niños chicos, pero yo he aprendido, con la experiencia, que si ellos necesitan ayuda, simplemente la piden y considero que es la actitud que deberíamos tomar.
    —¿Por qué cree que su trabajo está especialmente ligado a las mujeres?
    —Es una profesión que, desde sus inicios, cuando aún era Asistencia Social, estaba ligada a la mujer. De hecho, en la carrera la mayoría éramos chicas. Bajo mi punto de vista, las profesiones en las que priman el contacto, la ayuda y la colaboración con la gente es la mujer la que suele destacar. En Trabajo Social hay pocos hombres y suelen tener una sensibilidad especial que no tienen los que ocupan puestos más “fríos”. Yo muchas veces, sólo con observarlos, sé qué chicos pueden ser trabajadores sociales.
    —¿Qué es lo mejor y lo peor de ser trabajadora social?
    —Lo mejor de mi trabajo es cuando alguien llega a la asociación y te da las gracias. Lo peor es quizá justamente lo contrario, cuando una persona viene a quejarse por algo que no está en tus manos.
    —¿Qué es para usted el Trabajo Social?
    —Una profesión que trata de informar a las personas con discapacidad de los recursos de los que dispone, no sólo en el ámbito de las pensiones, sino también de educación, de módulos, de becas o subvenciones. No nos piden que seamos especialistas, pero sí que estemos informados en casi todas las ramas. Por otra parte, hay que saber distinguirla en dos vertientes; una sería la atención social, centrada en el individuo y otra la encaminada a la intervención grupal, que es donde se encasillaría a las asociaciones o a la sensibilización.
    —¿Qué cualidades son importantes en un trabajador social?
    —Es fundamental el respeto. Muchas veces se piensa que nuestra labor es decirle a la persona lo que tiene que hacer, y nada más alejado de la realidad. Lo que hacemos es exponerle las posibilidades que hay, las consecuencias que pueden acarrear una acción u otra y es la persona la que debe elegir. La ética es otro de los aspectos imprescindibles; lo que se hable en el despacho ahí se queda. Nadie tiene por qué saber los problemas o las circunstancias del vecino. Estamos hablando de cuestiones muy íntimas y personales.
    —¿Cómo se organiza la asociación para mujeres con discapacidad Luna para la que trabaja?
    —La Asociación para mujeres con discapacidad (Luna) existe en el ámbito andaluz y la federación está en Sevilla. En la de Jaén yo me encargo, junto con una psicóloga, del programa de Atención a la Mujer (PAIM). Intentamos promover actividades culturales o de ocio, viajes y talleres. Además, este año contamos con otro programa subvencionado por La Caixa orientado a la violencia contra la mujer con discapacidad. También dentro de la asociación hay una orientadora laboral.
    —¿Qué circustancias han marcado su trayectoria laboral?
    —He tenido casos que me han sobrepasado y como ser humano te emocionas. Recuerdo uno, estando en la asociación de Mancha Real, en la que me vino una madre pidiendo ayuda porque a su hija le habían detectado que tenía leucemia. Acabamos llorando las dos en el despacho. Intentas controlar tus emociones, pero resulta muy difícil mantenerte neutral.