Manuel Vicent y los toros

He de confesar que mi admiración por Manuel Vicent es incuestionable. En él se halla el compendio de varias generaciones de escritores del levante español que, tal vez, partiendo de aquella forma inigualable de construir el lenguaje de Gabriel Miró (“Años y leguas”, “Las cerezas del cementerio”, etcétera) conforman un estilo propio de concebir la narración tan frutal como sensual, tan hermosamente barroco como voluptuoso en imágenes y metáforas.

    14 may 2011 / 09:23 H.

    Por eso, la columna que el pasado domingo publicó Manuel Vicent con el título “Clarín”, me ha sorprendido. Y no porque en la misma se vilipendiara la lidia del toro. De todos es conocido la condición abyecta que al escritor le merecen este tipo de espectáculos. Y hay que respetarla. El problema no es ése sino el argumentario que utiliza, que llena de vileza a quienes, en las antípodas de su reflexión, amamos este arte. Se puede aceptar o se puede disentir del juicio moral sobre tauromaquia que ha incorporado el nacionalismo catalán al debate político, con la insólita secuela de su prohibición en aquella Comunidad Autónoma. En una u otra orilla, son alegables las contradicciones, porque los códigos morales son esencialmente relativos y mutables, desde el concepto escolástico a la ética de situación. Los interrogantes que se suscitan encuentran respuesta en uno u otro sentido con la utilización, demasiadas veces, de enormes tópicos. Pero Manuel Vicent no vehicula su reflexión por ahí. Él se vale del juicio estético que, sin compartirlo, debe de respetarse también. Lo que no puede aceptarse son los argumentos ofensivos, carentes de sustantividad, frívolos en toda su extensión, de que se vale el escritor castellonense, hasta llamar casposo el universo taurino que descalifica. Mantener que el escaso o nulo interés que el mundo taurino ofrece a la moda, a Armani, a la beautiful people, frente a los jóvenes deportistas es sencillamente una frivolidad, una tontería, como nada riguroso parece introducir en el mismo saco la lidia del toro bravo, con las mil y una tropelías que se producen con las vaquillas, los toros ensogados, e incluso alanceados, con ocasión de fiestas populares. Se me ocurre, algo así, salvando las distancias, que por no figurar incorporada a la lista de los “Cuarenta Principales”, se degradara estéticamente, una siguiriya de Manuel Torre. O abrir con un espectáculo del bombero torero una magistral faena del maestro José Tomás. Con esta suerte de excesos, se fomenta la desinformación y no se resquebraja el juicio estético que, al menos para mí, merecen las corridas de toros. ¿Sería mucho reclamar del autor de narraciones tan singulares como: “Balada de Caín”, “La muerte bebe en baso largo”, “Tranvía a la malvarosa”, que acotase con un poco más de generosidad su propio concepto de estética o permitiese sin sarcasmos que algunos podamos tener la perfección plena de la belleza en una faena de José Tomás. ¿Sería mucho reclamar un poco de respeto al genial escritor Manuel Vicent?     

    Ramón Porras es abogado