MANUEL CASTRO LÓPEZ: “Pertenezco a una generación que luchamos por progresar”
María dolores garcía márquez
Tiene un despacho austero con una estantería llena de libros y una mesita con recuerdos de homenajes. Llama la atención que, en su mesa de trabajo, presidida por una lámina regalo de su hijo mayor, tan sólo haya un lapicero y un ordenador. Dice que le gusta llevar las cosas al día.
Tiene un despacho austero con una estantería llena de libros y una mesita con recuerdos de homenajes. Llama la atención que, en su mesa de trabajo, presidida por una lámina regalo de su hijo mayor, tan sólo haya un lapicero y un ordenador. Dice que le gusta llevar las cosas al día.
Manuel nació en Valdepeñas de Jaén el 9 de septiembre del 1952. Su familia renace de allí. De padre agricultor, vive la niñez en Valdepeñas, aunque desde los 10 a los 12 años se va, junto a su familia, a Madrid. Después regresan a su pueblo, donde su padre abre un bar. Con 16 años, él vuelve a Madrid con una tía suya y allí termina de estudiar el Bachiller Superior.
—De pequeño, ¿qué soñaba ser de mayor?
—Quería ser auxiliar de vuelo, irme a Londres, aprender inglés...
—Pero cambió la aviación por la ofimática.
—Pues sí. Con 18 años, entré voluntario a hacer la mili en Madrid, en régimen de pernocta y, por las tardes, trabajaba en un restaurante de 5 tenedores; pero eso era lo que siempre había vivido y el negocio de la restauración tiene que, cuando todo el mundo está divirtiéndose, tú tienes que estar trabajando. Así que pensé en buscar otra alternativa. Un día pasé por Gisper, allí me explicaron lo que era una fotocopiadora y me quedé con ellos, formándome en el conocimiento de las máquinas y trabajando. Por entonces, se montaron las primeras copisterías en Madrid. A los dos años quedó vacante la plaza que tenía esta empresa en la delegación de Jaén y aproveché para volver a mi tierra; tenía 21 años.
—¿Prefirió Jaén a Madrid?
—Siempre he estado muy vinculado a mi tierra, comprometido con mi padre en su negocio le ayudaba siempre que podía, además aquí estaba mi novia.
—¿Cómo nació Copi Servic?
—Al poco de casarnos, mi señora y yo decidimos abrir nuestro propio negocio. Fue la primera copistería en Jaén. La abrimos en la calle Navas de Tolosa. La cosa fue tan bien que a los pocos meses dejé Gisper y me dediqué por entero a ella. Mantenía contactos con empresas de Madrid y distribuía marcas hasta entonces inéditas por aquí, creándose así la infraestructura de “Copi Servic Jaén”, que cuenta con venta y servicio técnico de máquinas de oficina (calculadoras y fotocopiadoras, entre otros), centros de copistería y mecanización de grandes y medianas empresas con los primeros PCs, de IBM. La necesidad de mecanización de empresas me favoreció durante más de una década de expansión.
—Después de 33 años de servicio, ¿cuál considera su producto estrella?
—A día de hoy, la reprografía, la máquina multifunción.
—Mantenerse al día en unos productos que evolucionan de forma tan vertiginosa ha de ser difícil.
—El secreto está en no esperar en Jaén a lo que viene de fuera, sino ir allí donde se exponen los nuevos productos. Desde los años 70, y mientras se ha estado celebrando, he asistido en Madrid al SIMO, la mayor feria nacional del sector de máquinas de oficina. Y, desde 1980, voy anualmente a Hannover, en Alemania, al Cebit, la Feria más importante del sector en el ámbito mundial. Allí seleccionamos productos que a través de importadoras traemos aquí.
—¿Y cómo saca tiempo para tanta dedicación al negocio un padre de 4 hijos?
—Gracias al apoyo incondicional de mi esposa. Desde primera hora decidimos que ella se encargaría del mantenimiento de la familia y yo del trabajo en la empresa; si no hubiera sido así, hubiera sido imposible.
—La vida le ha dado sorpresas, ¿no?
—Pues sí, fue muy emotivo el momento en que mi padre cerró el negocio en Valdepeñas y se vino a trabajar conmigo. Aquí ha estado hasta su jubilación. Esto fue para mí motivo de gran orgullo, igual que el día que mi hijo mayor, después de estudiar Marketing, decidió quedarse aquí a trabajar.
—¿Por qué un negocio propio?
—Pertenezco a una generación en la que algunos nada más acabar la EGB trabajaban en cualquier cosa, pero otros muchos teníamos aspiraciones. En un momento de mi vida me planteé quedarme haciendo carrera militar u opositar a funcionario de Correos, pero pensaba en que eso sería estar toda la vida lo mismo, así que seguí mi instinto y opté por un negocio; era y soy consciente de que se arriesga más, pero también satisface profesionalmente más, porque te abre un abanico de posibilidades que no depende de otros, sino sólo de ti, de lo que tú te quieras esforzar en la vida.
—Manuel, ¿cree que hoy la gente arriesga menos en el terreno laboral?
—Veo cómo los jóvenes de hoy día se orientan más hacia el funcionariado, lo que creo que les limita muchas opciones de las que puedan tener en la vida. No veo en ellos un planteamiento de querer hacer más cosas si se les da la oportunidad, sino que se conforman con lo que tienen y ya está. Antes, a cualquier oportunidad que nos daban, nos agarrábamos para progresar, hoy quizá la gente vive mejor y se plantea menos retos.
—¿Cómo afrontar la actual crisis?
—No es la primera crisis que hemos atravesado, aunque esta no sé en lo que va a quedar. De cualquier manera, pienso que, como en las anteriores, la clave para afrontarla está en poner bien los pies en el suelo, ver los recursos que se tiene dentro del negocio y optimizarlos al máximo. Saber que no hay respaldo bancario, no hay subvenciones ni préstamos, que se cuenta con lo que se tiene y que hay que estar atento a las oportunidades y buscar nuevas fórmulas de mercado.
—Es analista y metódico en su trabajo, sin embargo, invirtió en “empresas” que otros considerarían “de baja rentabilidad”, ¿no? Háblenos de La Habana.
—Mi primer contacto con Cuba fue a través de un amigo de Jerez. Fuimos con la intención de hacer negocio, pero allí es imposible invertir: puedes vender todo lo que quieras, pero sabes de la dificultad de que te paguen. El negocio no progresó, pero sí tomé contacto con el Gobierno Popular y conocí “in situ” la necesidad del pueblo cubano. Me admiró ver que los cubanos son gente muy preparada intelectualmente, pero también me dolió comprobar que no tienen opción alguna de desarrollo. Me conmovió esta situación y pensé en hacer algo. Así, se me ocurrió que podría crear hermanamientos entre pueblos de allí y de aquí; contacté con los alcaldes de los ayuntamientos de Pegalajar, Campillo de Arenas, Torredonjimeno y Jódar y, siguiendo las fórmulas legales oportunas, estos han ayudado a la materialización de proyectos como canalización de aguas y creación de centros de salud, entre otros, en pueblos de allí.
—¿Cuáles son sus prioridades?
—A día de hoy, el trabajo pasa a un segundo plano, dándole total prioridad a mi familia. Me ha sucedido como dicen que pasa cuando llegan los nietos, es decir, que estoy disfrutando de ellos más que en su momento con mis hijos. Por otra parte, me siento orgulloso de haber desarrollado mi vida profesional en Jaén. En los 33 años de mi empresa he intentado hacer las cosas lo mejor que he sabido y me he sentido compensado. Además, la calidad de vida que se tiene aquí no se tiene en otros sitios. Como se vive en Jaén, no se vive en ningún lado.