Luz de plomo
Ha llegado febrero, con este frío tirititero, la nieve blanqueando las sierras, los carámbanos suspendidos en las tejas goteando incesantes y las rosquillas de San Blas bendiciendo gargantas. Ha llegado febrero, con el paro amenazando más que el frío a la familia, más de un treinta por ciento de gente que se levanta cada mañana con un futuro incierto y lo que es peor, con el estomago vacío.
Ha llegado febrero, con su luz plomo, su empacho de rebajas, sus estufas humeantes y su tranvía varado en cocheras, porque entre unos y otros han decidido que nunca circule, como un tren que ha descarrilado antes de salir de la estación. Ha llegado febrero, con la cosecha de aceituna en las almazaras esperando venderse al mejor postor y pronto, que hay que comer todos los días; con los enamorados más enamorados que nunca gracias a Cupido y a los grandes almacenes; con la niebla mañanera que a veces nos impide ver con nitidez lo que tenemos delante de nuestras narices, sin saber ni distinguir que es lo más importante, o lo único que importa. Ha llegado febrero cuando somos más andaluces todavía, cuando el veintiocho se pinta de colores blanco y verde y aquí, entre nosotros, huele el aire más a aceite de oliva virgen extra que nunca. Ha llegado febrero, y como dijo el escultor Juan Muñoz: “Hay dos cosas imposibles de representar: el presente y la muerte; solo se viven con la ausencia”. Tu ausencia la llevamos en el corazón. Va por ti, Ana.
Carmen Montes es maestra