Los reyes ciegos

Lo que en ciertas autonomías está sucediendo con el aumento de horas al profesorado es algo que nos sumerge en los sótanos de los países castigados por la indigencia intelectual, donde se invierte el refrán y son los ciegos los que reinan sobre los tuertos.

    17 sep 2011 / 11:52 H.

    Como ejemplo, Esperanza Aguirre y su absoluta ignorancia sobre el funcionamiento de la educación al declarar que el profesorado trabajaba dieciocho horas a la semana. Tanta ineptitud solo puede explicarse por su desprecio hacia algo tan esencial como la enseñanza que, a pesar de esta reina ciega, equivale a los ojos de una sociedad, a una red de raíces donde se amalgama su ADN. Sin embargo, para estos gobernantes invidentes, la educación es un mero montante de cifras, y el profesor, un número menor cuya identidad se expresa en dinero.
    Más arbitraria que su inconcebible declaración sobre las dieciocho horas semanales de trabajo de los docentes, fue su rectificación de cartilla memorizada, sus disculpas aprendidas con urgencia, y aquella carta exculpatoria punteada de infames faltas de ortografía. Todo congruente con su zafio lenguaje, al hablar de que “los de la ceja” se le echaban encima, cuando eran ellos los que habían recortado el sueldo de los funcionarios. “Los de la ceja”. Digna reducción de este asunto fundacional de la enseñanza a los hábitos lingüísticos de la telebasura, esperando quizá que los otros, contestándole de un modo proporcional, replicaran aludiendo a los de la bizquera o a los del estrabismo, y todo fuera desviado, como habitúan, hacia el submundo de las riñas pandilleras.
    Así las cosas, habría que recordar lo obvio: la educación es un factor tan  determinante de impulso social como la sangre lo es para que se mueva y aliente el cuerpo humano. Sin educación no hay progreso o lo hay solo hacia las tenebrosas sociedades donde los ciegos levantan su cetro de demagogia sobre los impotentes tuertos. Lo supo la República y cualquier gobierno que haya creído en que un hombre, con todas las consecuencias, es igual a otro. Lo saben los profesores de la enseñanza pública que sienten el orgullo de escolarizar a inmigrantes o desclasados o a hijos de la burguesía para conseguir que el conocimiento los haga más libres. Son los mismos profesores que, a costa de su tiempo, tensan el sistema educativo para romper sus costuras y así solventar sus muchas deficiencias estructurales. Los mismos que hacen de sus clases el vórtice de un remolino de círculos concéntricos, anillos de horas que rodean al aula y se van ensanchando para ocupar todos los espacios de la vida del instituto hasta desbordarlo e invadir la misma casa del enseñante. Son los mismos profesores que defienden zonas de luz ante las bocanadas de oscuridad que emiten los reyes ciegos.                  
    Salvador Compán es escritor