Los problemas de la Monarquía
No es mi intención hacer en la columna de hoy, viernes, ninguna consideración sobre el dilema entre monarquía y república. No es el momento. Tampoco lo creo conveniente por razones varias. Los problemas actuales de la Corona no encuentran su causa ni en la derecha ni en la izquierda.
El motivo de esta pérdida de confianza en la institución está en el comportamiento tan distante de los principios de la ética que ha tenido Iñaki Urdangarín. Los tribunales de justicia tendrán, en su caso, la última palabra, pero lo que se va conociendo, cada día que pasa, crea estupefacción. Las últimas informaciones hacen referencia a facturas falsas y al uso de una fundación de ayuda a niños discapacitados para evadir fondos, con destino al paraíso fiscal de Belice. Cuando llegar a final de mes es un proceso cada vez más complicado para muchas familias, desazona el hecho de que personas, amparadas en el tráfico de influencias, actúen sin ningún escrúpulo, con la finalidad de enriquecerse. El jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, ha calificado de “poco ejemplar” la forma de hacer negocios del duque de Palma. El mismo monarca ha decidido apartarlo de las actividades relacionadas con la Familia Real. La medida llega tarde. El Rey ha dado el paso cuando no le quedaba otro remedio y los mentideros madrileños hervían con los comentarios y los datos que se iban conociendo. Los peligros que amenazan el futuro de la Monarquía parlamentaria vienen, en esta ocasión, del entorno familiar. ¿No tendría que haberse atajado esa espuria forma de proceder y haberla cortado de raíz en sus comienzos? De poco sirven las lamentaciones una vez que el daño está hecho. Las palabras austeridad y transparencia circulan, constantemente, por los discursos de nuestros políticos. Mas la realidad es otra bien distinta. Mientras tanto, cunde la preocupación por el paro juvenil. Los graduados y licenciados se encuentran cerradas las puertas de acceso al mundo laboral y tienen que hacer las maletas para labrar las sílabas del porvenir en otras latitudes. Los mejores emigran y dejan atrás los sentimentalismos con el propósito de lograr metas y horizontes que aquí no encuentran. Por ello mismo, crean tanta inquietud el fraude, el engaño, la corrupción y el enchufismo. El título universitario se ha degradado. Salir de la universidad ya no guarda equivalencia con un puesto de trabajo. La frustración inunda las ilusiones y cercena objetivos íntegros y probos. El caso Urdangarín es un mal referente. Y una pésima noticia para los que todavía creemos en la ética. Ya lo dijo Benjamin Franklin: “La honradez reconocida es el más seguro de los juramentos”.
Manuel Peñalver es catedrático de Universidad