Los palos de la desidia
Soy un consumidor de aceite de oliva, un consumidor perplejo, porque no llego a explicarme cómo tanto da tan poco. Cómo un producto que, elaborado con honradez, es excelente tiene luego una imagen tan borrosa en el mercado y da tan pocos dividendos.
Según lo veo, la distancia entre la altura del producto y la gris percepción de quien lo consume delata ineficacia a la hora de hacer llegar el mensaje al destinatario. Falla a todas luces la voz del emisor. Muchas palabras repetidas en torno al aceite y pocas nueces. A mi parecer, las palabras que le sobran al aceite son las de la costumbre, mientras que le faltan las de la ciencia y las de la claridad a la hora del etiquetado y su puesta en valor ante los consumidores.
Ni siquiera se ha conseguido que Bruselas admita que en las etiquetas de nuestro aceite se pregone sus efectos saludables. Ahí tiene un urgente reto la Universidad de Jaén y toda la investigación que deberían impulsar instituciones y empresas, porque otras grasas, con menos valores, nos llevan en esto algunas cabezas de ventaja. No basta, pues, con ensalzar las cualidades organolépticas porque éstas rozan la subjetividad y carecen del poder de convicción que concede la voz de la ciencia.
Además, se echa de menos algo tan primario como una etiqueta que aporte las mínimas coordenadas informativas del aceite que contiene el envase: con qué aceituna o proporción de variedades está elaborado, qué caracteriza a esa variedad, cuál es el grado de acidez, cuál es la fecha de caducidad junto a la de su consumo recomendado. A veces, sólo puedes enterarte de ese monótono estribillo, cuya información es cero, que nos habla de que ha sido elaborado en frío y con procedimientos mecánicos. Ni siquiera sabes en ocasiones de donde procede la aceituna ni, menos, de qué variedad es. Incluso, un porcentaje alto de andaluces se quedan enredados entre el fárrago de las clasificaciones (virgen extra, virgen, refinado, etc.) ¿Por qué no se señala la calidad de una maldita vez con un lenguaje inequívoco? ¿Por qué no se utiliza el universal lenguaje de marcar, por ejemplo, desde una a cinco estrellas cada categoría?
Antes del varapalo de los envases irrellenables, el aceite lleva muchos palos encima y, al parecer, todos le vienen de la misma mano. De la mano tonta de la desidia.
Salvador Compán es escritor