Los más indignados
Desde el pasado 15 de mayo, el movimiento de los llamados 'Indignados', se ha vertebrado en campamentos más o menos estables. La heterogeneidad y el deseo de cambio, parecen la nota común de estas protestas. Aunque algún partido político ha intentado abanderarlos, no parece que los líderes de las acampadas, estén dispuestos a poner en manos de alguna organización ya constituida,
el crisol de voluntades que han conseguido aglutinar. Todavía es pronto para saber si existe vocación de continuidad, o se enfrentan a su dilución en pocas semanas. Tampoco está claro como tienen previsto vehiculizar las propuestas que sean capaces de consensuar. Parece obvio que tienen motivos más que sobrados para la indignación, la situación de una España con casi 5 millones de parados, invita al desconsuelo generalizado. Pero también a una enérgica reacción en contra de algo que se está haciendo mal o muy mal. Hoy sin embargo me gustaría destacar un sector de la población, al que toda la estructura empresarial y administrativa maltrata especialmente. Este sector es el de los jóvenes universitarios. Hace tiempo que la enseñanza superior, dejó de ser una elitista parcela donde solo los más pudientes podían pasearse. Hoy en día las becas y la voluntad de no pocos universitarios, que compaginan sus estudios con todo tipo de trabajos, hacen de este tipo de formación una realidad al alcance de toda la población. Por encima de estereotipos simplistas, el universitario es una de las piezas más honestas y necesarias de la población; se trata de personas que prolongan su formación mucho más de lo exigido, que evitan atajos y son conscientes que su esfuerzo personal y constancia son las mejores armas para labrarse un futuro. Renuncian a lanzarse al mundo laboral y ganar un dinero especialmente goloso, en una edad donde las ganas de independencia se acentúan. Esto tenía especial mérito hace tan solo unos años, cuando los cantos de sirena de la construcción eran de enorme convicción. La pregunta que cabría hacerse sería: ¿Cómo debe tratar una sociedad sana a este segmento de la población? La respuesta parece clara, tanto el individuo como la sociedad deberían aprovechar del mejor modo esas potencialidades, de forma que supusiera para ambos, un óptimo desarrollo intelectual y económico. Parece que la realidad no es esa, hoy en día España está plagada de matemáticos que trabajan de socorristas, químicos que venden móviles o licenciados en derecho que luchan unas oposiciones imposibles. Se habla mucho de la fuga de cerebros, pero a mí me preocupan, mucho más, los que se secan dentro de nuestras fronteras. Estamos perdiendo un potencial humano incalculable, que es muy costoso de formar. Estamos dejando que lo mejor de nuestra sociedad se pierda entre desilusiones y hastío. Y eso sí es para estar muy indignado.
Javier Morallón es profesor de Biología