Los límites de un amor 'infinito'
Por Nuria López Priego
Una puerta se abre forzada por la Policía a un piso burgués situado en alguna zona céntrica de París. Tiene los techos altos, las paredes blancas, amplias estancias llenas de luz y está inquietantemente vacío. Los agentes recorren cada habitación mientras los vecinos del bloque se agolpan a la entrada, embriagados de morbo y, quizá, también de preocupación. No hay nadie.
Una puerta se abre forzada por la Policía a un piso burgués situado en alguna zona céntrica de París. Tiene los techos altos, las paredes blancas, amplias estancias llenas de luz y está inquietantemente vacío. Los agentes recorren cada habitación mientras los vecinos del bloque se agolpan a la entrada, embriagados de morbo y, quizá, también de preocupación. No hay nadie.
O eso parece... hasta que llegan a una puerta precintada y, tras desprender la cinta adhesiva, se topan con ella: una anciana muerta con el rostro enmarcado con flores sobre la almohada. Este es el desconcertante principio de Amor. Una película de título sugerente, pretencioso, incluso, y aparentemente inocente con la que el cineasta Michael Haneke vuelve a remover las entrañas y a zarandear las estructuras más sólidas, porque los 127 minutos de este metraje son otra de esas (sobre)dosis de crudeza a las que el austro-alemán ya tiene acostumbrado al personal.
Con Emmanuelle Riva y Jean-Louis Tringtignat en los papeles protagonistas, el Amor de Michael Haneke es turbador. Un tajo limpio asestado con premeditación, alevosía y sin escrúpulos en la relación de una pareja de ancianos que, después de toda una vida juntos, se ven como dos extraños cuando la enfermedad aparece ante ellos como una infranqueable y desconocida barrera que, con su poder corrosivo, va mellando su fortaleza física, psiquica y sentimental.
La atormentada protagonista de Hiroshima, mon amour (1959, Alain Resnais) da vida a un personaje femenino, pretendida y equívocamente frágil, que sufre en carne propia los efectos del mal del cuerpo, de la degeneración de los órganos vitales, de la pérdida de memoria y hasta de la dignidad humana. Es la mitad de una naranja que se va pudriendo poco a poco en la caja de cristal que es ese piso burgués de espaciosas estancias diáfanas que, sin embargo, actúa como una cárcel y no solo para ella, que está impedida, sino también para él. El personaje de Jean-Louis Tringtignant es el bastón gastado que debe servirle de apoyo a la víctima directa de la enfermedad y es, además, otro damnificado. Diana del odio de la fémina incapacitada y de una situación que lo ahoga irremediablemente.
El director de obras maestras como La pianista o la laureada La cinta blanca muestra en esta película por la que tantos otros premios ha cosechado el deterioro de las relaciones humanas y las dificultades que entrañan, sin olvidar sus ventajas. Pero lo más destacable de Amor es que, con ella, Haneke abre la puerta a una certeza turbadora: la de que hasta el sentimiento más dulce y fuerte puede sacar lo peor de cada sujeto. La última cinta del cineasta de Caché son luces, pero, sobre todo, sombras: en la relación que viven los esposos cuando se enfrentan a una enfermedad degenerativa y también en la del padre y una hija que, sumida en sus propios problemas, no puede empatizar con la realidad de los progenitores. Amor es una historia brillante de individuos egoístas atrapados en el teatro de la vida; una obra maestra que descoloca desde la primera secuencia por su estética, por la construcción de los personajes y por un guion trufado de silencios que llenan miradas que matan.
Amor
Austria - Año: 2012 - Director: Michael Haneke
Protagonistas: Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert