Los asaltantes del castillo

Franz Kafka imaginó al poder instalado en un enorme castillo situado en una montaña con un pueblo a sus pies. La imponente fortaleza era hermética, inaccesible, defendida por burócratas que atrapaban en una red de normas a cualquiera que se propusiera atravesar sus puertas. El señor K., el protagonista, durante todo el transcurso de la novela intentará entrar en el castillo sin conseguir otra cosa que esperar en el pueblo, sometido por el silencio de la mole impenetrable. 

    22 jun 2013 / 08:41 H.


    La metáfora de Kafka se llena de sentido cuando, de vez en cuando, tenemos noticias sobre el espesor de las murallas tras las que se acastilla el poder. Desde este lado, solo vemos la altura maciza de las torres y sentimos el silencio de las enormes piedras sillares. Pero hay veces en las que alguien consigue horadar el muro y dejar a la vista una parte del interior. Son apenas mínimos agujeros abiertos en las compactas defensas, pero que, aun así, muestran una gusanera y liberan el puntiagudo hedor de los señores del castillo.

    Personas como Julián Assange, Bradley Manning, Edgard Snowden, Rudolf Elmer o Hervé Falciani han tomado sus palas de zapadores y han minado los muros para dejar al descubierto los nombres de algunos de los que esconden el fruto de sus robos en los paraísos fiscales (Elmer y Falciani) o han entrado en las vísceras cibernéticas del sistema para enseñar cómo los dueños del mundo tienen sus propias leyes que son una sistemática negación de las leyes que rigen para los demás (Assange y Manning). Ni siquiera nos sorprenden demasiado las revelaciones de Snowden que demuestran cómo toda la actividad de las redes sociales es grabada mediante satélites de la inteligencia de EEUU para decantarla luego con programas analíticos. Nadie escapa a los ojos y a los oídos del poder, todos somos presuntos culpables y aptos para el castigo, una vez despojados de nuestra intimidad.

    Assange,  Manning, Snowden, Elmer o Falciani han comprometido sus vidas para evidenciar hasta qué punto el poder se construye con secretos inconfesables que, sin embargo, se pueden desmontar con las piquetas de la información. Si el sufrido señor K., el protagonista de Kafka, pudiera ver a estos asaltantes del castillo, les regalaría la mejor de sus sonrisas y el homenaje de su entusiasta aplauso.             

    Salvador Compán es escritor