Los animales acogieron a María y dieron calor al niño Jesús

Jose Vicente Cobo desde Madrid. Sucedió en aquel tiempo que salió un edicto del César Augusto para que se empadronara todo el mundo; teniendo que ir cada uno a su ciudad. Era pleno invierno y también José y María partieron de Galilea, de la ciudad de Nazaret a la tierra de Judea, a la ciudad de David llamada Belén, por ser él de la casa y de la estirpe de David.

    26 dic 2012 / 17:15 H.

    Allí tenía que empadronarse junto a María, embarazada del Niño Jesús”. María y José eran pobres, no tenían medios para este largo viaje, pero no importaba a nadie como les fuera a los pobres. De nada sirvió pedir consideración para la mujer encinta. Se dijo: Los pobres han de venir a los ricos a empadronarse, el gobernador así lo ha ordenado. Enfermos, embarazadas o ancianos ¿quién entre los ricos se ocupó de ellos? Así que José también tuvo que acudir al empadronamiento con María que ya estaba en estado muy avanzado de embarazo. Todo el largo camino por las colinas de Galilea, por montes y valles lo hizo María a lomos de una burra. Día y noche en la época más oscura del año estuvieron expuestos al viento y a las inclemencias del tiempo, además con pocas provisiones para el viaje. Cansados y exhaustos, agotados y hambrientos por el pesado viaje, la familia de José llegó a Belén para registrarse. Después de lo cual para María llegó el momento de dar a luz. En su corazón sintió que el niño se movía y que se acercaba la hora del parto. Con la premura de una situación tal, María y José buscaron albergue, llamaron a muchas puertas esperando ser acogidos, pero a cada casa a la que llamaron recibieron la misma respuesta “aquí no tenemos sitio para vosotros“. Las puertas permanecieron cerradas. María sentía cada vez más claramente que el niño se movía, que el que estaba por nacer empujaba con cada vez más fuerza en el cuerpo de la madre. Pero no tenían refugio a la vista para poder traer al niño al menos en un lugar recogido y protegido. El miedo y la desesperación se adueñaron de María siendo sus pensamientos: “No quiero dar a luz en esta época fría y en la oscuridad, en la intemperie. Quiero luz, un poco de luz, un poco de calor. Si doy a luz en la calle podría congelarse el niño. No tengo albergue para mí, ni para el niño”. Y María llamó al Padre eterno pidiéndole ayuda, pues ella sabía que llevaba en sus entrañas el cuerpo del hijo de Dios, un cuerpo en el que había de nacer el Corregente de los Cielos.
    Los adinerados mantuvieron sus puertas cerradas. Y con ello se cumplió lo que dijo el Nazareno: “es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que entre un rico en el reino de los Cielos”. Pero el Cielo bajó a la Tierra, a pesar de que los ricos no le reconocieron. En esta búsqueda dolorosa y humillante, María y José suplicaron ante muchas puertas. Todas quedaron cerradas y a pesar de ello José se mantuvo en su bondad y nobleza. En la urgencia y desesperación fueron de casa en casa suplicando. Suplicaron hasta que encontraron a una mujer pobre que les dijo: “No puedo abriros mis puertas pues quienes viven conmigo se quejarían de una mujer embarazada a punto de dar a luz. Pero tengo un cobertizo, un establo, donde hay algunos animales”.
    Mientras hablaba miró a María a los ojos y vio un  brillo especial en ellos, así pudo intuir que había algo grande en ella, y pensó: algo grande va a suceder. María miró a la mujer con esperanza y pensó: “Mi hijo al menos tendrá un techo sobre su cabeza“. José y María fueron al establo, al establo de Belén. En parte estaba construido en una pequeña roca. Allí había algunos animales que daban calor: un buey, un caballo, un burro y una oveja se encontraban en el establo, y junto al pesebre había una gata con sus crías. También había palomas sobre ellos. María y José estaban agradecidos por el cobijo que al menos les protegía. Estaban agradecidos por los animales que les daban calor y que les dejaron el pesebre con la paja para el niño. María esperaba a su hijo con dolor en su corazón y en su cuerpo. Su corazón lleno de dolor rezó: “Padre, lejos del hogar y en las condiciones más humildes, ni siquiera entre los seres humanos, sino ente los animales viene Tu hijo a este mundo”. Sin embargo el nacimiento de Jesús fue y es un símbolo para la humanidad, pues con el nacimiento de Jesús en el establo de Belén, Dios demostró Su amor por todas las criaturas. Con ello mostró a la humanidad que el mundo animal respeta al hombre. Ellos, los animales, acogieron al recién nacido, cosa que no hicieron los ricos de este mundo. Fueron personas pobres las que pusieron el establo a disposición de María y José, cumpliéndose las palabras del Cristo de Dios: “Estaré entre los pobres y débiles y no me asentaré entre los ricos”.