Lo viejo y lo nuevo
Bien es cierto que, cuando sonaron las primeras campanas de la reforma de la Plaza de Santa María, me llevé las manos a la cabeza. Atónita observé los dibujos en tres dimensiones causantes del soponcio de unos cuantos y para concluir, la polvareda del sí o sí que ni con lágrimas consiguieron aplacar los opositores.
Entre tanto, la plaza se vistió de vallas verdes, picos y palas dispuestos a la reforma, de la que según entonces, se decía que iba a romper moldes. Rotos se quedan. Tras las catas arqueológicas, el proyecto “único para el monumento único”, según lo describía su propio autor, el reconocido arquitecto Salvador Pérez Arroyo, comenzó a fraguarse. Entre dimes y diretes, atascos y demás contrariedades que siempre causan las obras, seis meses después, ya sin los cobertores del invierno, empezamos a ver la fachada de Catedral de la Asunción más desnuda que nunca. Valga reconocer que este gran proyecto ha conseguido convencer a muchos de los opositores del principio y que es impresionante observar la grandeza renacentista del monumento sin ningún tipo de obstáculo visual. A mí me lo parece. Ya, in situ, es una auténtica delicia observar detalles que se han tenido en cuenta como el homenaje a la proporción áurea con la que Andrés de Vandelvira trazó la planta del templo y de la contigua sacristía, el reloj solar, que si de difícil interpretación, existe y las fuentes rasantes que rememoran un antiguo manantial natural que afloraba en esta plaza. Hoy, sí ha merecido la pena.
Sonia J. Tirado
Relaciones Públicas