Lo que la ciudad esconde
Manuela Rosa Jaenes
Es uno de los barrios más bellos de la ciudad y, a la vez, el más desconocido. San Vicente de Paúl-Antonio Díaz, acariciado por el monte de Santa Catalina, es algo así como un mundo aparte que Jaén oculta y que pocos jiennenses han tenido la suerte de pisar alguna vez. Tan fuerte es la diferencia con el centro de la capital que adentrarse en él significa trasladarse a otro lugar y a una época diferente en la que todo es más difícil.

Es uno de los barrios más bellos de la ciudad y, a la vez, el más desconocido. San Vicente de Paúl-Antonio Díaz, acariciado por el monte de Santa Catalina, es algo así como un mundo aparte que Jaén oculta y que pocos jiennenses han tenido la suerte de pisar alguna vez. Tan fuerte es la diferencia con el centro de la capital que adentrarse en él significa trasladarse a otro lugar y a una época diferente en la que todo es más difícil.
Más de mil personas residen en unas doscientas casas construidas en recónditas calles repletas de contrastes, carencias y problemas.
La zona cambia por completo del día a la noche. Lo dicen sus propios vecinos, quienes recomiendan cerrar bien las puertas cuando el sol se esconde. San Vicente de Paúl y Antonio Díaz constituyen un mismo barrio, pero la diferencia entre un lugar y otro es profunda. La línea divisoria la marca una sola calle. Basta con atravesarla para comprobar que entre los residentes de arriba y los de abajo hay un abismo, aunque nadie lo quiera reconocer. En San Vicente de Paúl todo está limpio —el mérito es de sus vecinas— y la convivencia y la integración es perfecta. Viven matrimonios de mediana edad y destaca el alto número de trabajadores del Ayuntamiento en servicios de limpieza y mantenimiento. Tienen las dificultades propias de una zona alejada del centro, con una orografía escarpada y con carencias físicas y sociales evidentes. Por el contrario, la población de Antonio Díaz es, en su mayoría, de etnia gitana y la tasa de desempleo resulta alarmante. Huele a basura por todos los rincones y en las viviendas, donadas por Cáritas a gente necesitada, conviven familias muy numerosas y en condiciones más que cuestionables. Hay quienes dicen que son muchas las personas de otras capitales que ocupan las casas vacías porque corre el rumor de que la Junta de Andalucía tiene previsto construir nuevas viviendas. Todos aspiran a tener una.
Lo cierto es que los propios vecinos tienen miedo unos de otros. Saben a quién tienen que temer, pero todos callan por temor a represalias. El principal problema se resume en una palabra prohibida, la droga, lo único que mueve la economía de un barrio necesitado de trabajo para poder empezar a ver algo de luz. Se nota la existencia de puntos de venta de sustancias estupefacientes en los vehículos de lujo aparcados en las estrechas calles, en el oro que lucen las manos y los cuellos de sus propietarios y en la mirada de muchos de ellos. Sin embargo, nadie lo asume. En Antonio Díaz, todos aseguran que viven de la chatarra y de las pensiones, algunas por desempleo y otras por incapacidad. Escudan sus problemas en la “dejadez” de las administraciones y repiten, una y otra vez, que están abandonados y que los políticos sólo los visitan cuando hay elecciones. Ahora, su principal batalla se centra en unas obras prometidas por la Junta de Andalucía para acometer una reforma integral. El planeamiento, plasmado en papel y pendiente de aprobación, pretende recuperar espacios públicos, ampliar los existentes y dar vida a la zona. Los vecinos esperan las máquinas como agua de mayo, pero con una seria advertencia: deben ser ellos los que trabajen en las obras; de lo contrario, amenazan con paralizarlas.
A la droga y el desempleo se suma la falta de necesidades básicas para que los niños puedan aspirar a los derechos que cualquier menor merece. Sus padres dicen que todos están escolarizados y que sólo faltan al colegio cuando están enfermos. Sin embargo, viven entre suciedad, mal vestidos y con la falta de una política familiar basada en el respeto y la tolerancia. Quienes residen abajo están hartos de soportar que los niños de arriba se pasen el día arrojando piedras, a todo lo que se mueve, sin que la Policía pueda hacer nada al respecto. Porque la Policía sólo acude a Antonio Díaz para hacer redadas. Como la última, ocurrida en enero, en la que detuvieron a más de cincuenta personas.
Luces y sombras se solapan en un barrio que tiene totalmente anulado su alto interés paisajístico. La contaminación , en todos los sentidos, a la que están sometidos los vecinos contrasta con la tranquilidad y la belleza del lugar. Porque si por algo destaca la zona es por ser algo así como un mirador de Jaén todavía por descubrir. Hay quienes no cambian su barrio por nada en el mundo. San Vicente de Paúl-Antonio Díaz alberga un compendio de culturas abocadas a entenderse. Están los de toda la vida, apegados a su gente y a sus casas, y los “más nuevos”, como ellos dicen, a quienes le brindan la oportunidad de la integración y la convivencia para luchar, unidos, por dignificar el “pueblo tranquilo” de la capital.
Antonia Castillo Úbeda
“El problema es la gente que viene de fuera y la falta de trabajo” Tiene 46 años, cuatro hijos y vive en San Vicente de Paúl desde que nació. Dice que su casa la compró por 650.000 pesetas, pero antes era un bajo y, hoy en día, tiene doble planta y cuatro dormitorios. Asegura que el principal problema que ve en el barrio es la gente que llega de fuera y la falta de trabajo. Sin ir más lejos, su marido, encofrador de profesión y artesano de la tapicería, está parado, por lo que en su casa viven siete personas con una pensión de cuatrocientos euros. ¿Cómo salen adelante? “Me fían en las tiendas”, comenta. Antonia se queja de la suciedad que hay en las calles y en la falta de concienciación ciudadana para mantenerlas limpias. Echa en falta la visita de políticos para ver en qué situación se encuentra el barrio. Insiste en que si hubiera trabajo para todos muchos de los problemas que hay actualmente estarían totalmente erradicados. En cuanto a la Policía, señala: “Vienen a hacer redadas y nos piden la documentación a los que no hacemos nada malo”.
María Muñoz y Ángel Almagro
“Tengo 13 hijos y soy la única que limpia el barrio” María Muñoz tiene 44 años y una intensa vida que contar. Se casó muy joven, tuvo trece hijos y, gracias a Cáritas, tiene una vivienda en Antonio Díaz donde todos pueden dormir y comer. Está casada desde hace más de treinta años con Ángel Almagro, un hombre que siempre se dedicó a la chatarra y que, desde hace varios años, está discapacitado. Un accidente le hizo perder parte de los dos brazos, por lo que ahora se tiene que conformar con una indemnización de tres millones de pesetas y una pensión mensual de unos cuatrocientos euros. María Muñoz se queja de lo sucio que está el barrio. Dice que si hay algún rincón limpio es porque ella lo limpia. Y eso a pesar de tener trece hijos y más de una decena de nietos. Tiene tantos a su cargo que ya ha perdido la cuenta. Asegura que en su familia viven de la chatarra, de la que obtienen cada día alrededor de cincuenta euros, aunque ella también intenta vender ropa donde y cuando puede para sacar un dinero extra. María Muñoz dice que no le gusta el lugar en el que reside. “Aquí hay mucha golfería. Unos vivimos de la chatarra y otros de la buena vida”, sentencia. Ahora bien, “no tengo más remedio que estar aquí, por lo menos tengo mi casa en condiciones”. Añade: “La verdad es que tampoco pasamos hambre, eso no”. Ella está molesta por la gente que llega de otras ciudades y se asienta en el barrio, aunque elude hablar del tema. También insiste en la necesidad de hacer una limpieza a fondo en el barrio, aunque es consciente de que son los propios vecinos los que tienen que velar por que todo esté en las mejores condiciones higiénicas y saludables. Afirma que hay algunas viviendas que están en mal estado, como la que tiene su hermana en el número 8 de la calle San Rufino. Está a punto de caerse, a pesar de que ya lo han hecho saber, en repetidas ocasiones, a las asistentas sociales que trabajan en el centro de Antonio Díaz. María Muñoz nos abre la puerta de su casa y, en su interior, huele a limpio y todo está ordenado. El problema está fuera, en la calle, donde la suciedad se acumula y el olor se hace insoportable con la llegada del calor.
Manuel Carrillo Cruz
“Estoy harto de pagar impuestos y de que aquí nunca se haga nada” Tiene 43 años y reside en el barrio desde que nació. Dirige un pequeño establecimiento comercial en el que vende de todo, desde chucherías para los pequeños, hasta pañales e, incluso, tomates. “Yo tengo aquí de todo, para que mis vecinos no tengan que salir de aquí para comprar”, comenta. “A mí me dan vida y yo les doy vida a ellos”, añade. Como buen ciudadano, dice que está harto de pagar impuestos y, sin embargo, no encuentra respuesta por parte del Ayuntamiento. “Aquí tenemos que esquivar los agujeros de las calles y la suciedad, porque nadie viene a arreglarnos el barrio”, denuncia. Manuel Carrillo se gana la vida como puede. Desde hace seis años tiene su tienda abierta, pero intenta compaginarla como monitor de diferentes talleres, como de albañilería. Se queja, insistentemente, de la falta de servicios públicos en la zona. “Como no nos ponen contenedores, pues los vecinos tiran la basura donde pueden”, expone. Plantea a la alcaldesa, Carmen Peñalver, que contrate a los propios vecinos para que sean ellos quienes arreglen el barrio. Así se sentirán más motivados.