Lo que importa es cambiar el nombre de las calles

Cuando los británicos no tienen tema de conversación, hablan del tiempo meteorológico. En España se prefiere, a falta, al parecer, de asuntos más importantes, hablar de cómo cambiar los nombres que llevan las calles. En Madrid, la semana pasada y por vía de urgencia nada más y nada menos, el PSOE presentaba una moción para cambiar los nombres de las 230 calles registradas en el catálogo recogido por el historiador Antonio Ortiz Mateos, a instancias de las asociaciones de la memoria histórica. Y la moción abrió un debate que puso de manifiesto el alto nivel de ignorancia de los ediles, enfrascados en discusiones bizantinas sobre si eran galgos o podencos, y muchos solo supieron de los nombres que iban a ser eliminados consultando el buscador Google en los dispositivos móviles durante la sesión.
No parece que haya asunto de más envergadura en Madrid. Hablemos pues de las calles. El tal historiador metió en el mismo saco a galgos y podencos, homologando a Sánchez Mazas con Dionisio Ridruejo, el único que le cantó a Franco las verdades del barquero a comienzos de los años 40 y del que, al parecer, el bien pagado profesor Ortiz, republicano él, desconoce que el nombre de este político y escritor soriano fue propuesto por los suyos para presidir una eventual III República tras la muerte de Franco. Mete, además, en el mismo saco al poeta Gerardo Diego con Pemán, y estoy seguro de que no leyó el poemario “La luna en el desierto”. Me apuesto también un doblón que no ha sabido leer entre líneas los mensajes que se esconden en el humor de escritores cuyos nombres también quiere enviar al trastero municipal. Me refiero a Jardiel Poncela, Muñoz Seca y Alfonso Paso. Y para más desfachatez confunde a Agustín de Foxá, autor de la novela “Madrid, de corte a checa”, con su hermano Jaime de Foxá.
No parece que haya leído texto alguno de Álvaro Cunqueiro y exhibe su ignorancia al meter en la lista a Eugenio D’Ors, “Xenius”, una autoridad en arte más que en novela. A estos y otros más mete en su Índice de nombres prohibidos cual inquisidor general. Y he de confesar que estoy de acuerdo con que hay nombres e hitos que debían haber desaparecido hace tiempo del nomenclátor, especialmente los que recuerdan batallas, sangre y guerra, como sucede con Queipo de LLano, el carnicero de Andalucía, que desgraciadamente permanece enterrado en la iglesia de la Macarena de Sevilla o, hablando de nuestra tierra de Jaén, el capitán Cortés, otro loco de verde y charol. Eso es una cosa y otra es limpiarse de un plumazo a otros muchos cuyo único error fue haber nacido en esos años y capotear el temporal. Cuando la ignorancia toma mando en plaza, hay que temerle.
Ante esta sarta de disparates, evoco a la grandeza de la calle sin nombre propio. Decía Lovercraft, el escritor estadounidense cuya obra releo estos días, que “Hay quien dice que las cosas y los lugares tienen alma. Y hay quien dice que no. Por mi parte no me atrevo a pronunciarme, pero quiero hablar de la calle porque en ella hay alma y vida a borbotones”. Aconsejo una vía intermedia en esto de las calles y que evite sacar a pasear a la ignorancia. Y es que se adopte el sistema de algunas ciudades de América Latina como Bogotá, que divide su mapa urbano entre calles y carreras. Allí, entre la calle 14 y la carrera 16, vivió y escribió García Márquez. Y con eso me basta, sin que el nombre del autor de “Cien años de soledad” figure en la cartela.

Antología de disparates sobre los callejeros
Aún recuerdo aquella petición para que en Bailén desapareciera el nombre de un centro educativo llamado 19 de Julio. Quienes propusieron el cambio creían que se trataba de una fecha relacionada con el golpe militar de Franco el 18 de julio de 1936, efectivo en la Península el día 19. No sabían que el
nombre respondía a otra fecha patriótica con un timbre de orgullo, libertad y rebeldía. Se trataba del 19 de julio de 1808, cuando en Bailén se le pararon los pies al ejército francés en su avance hasta Cádiz. Y como esas hay muchas, tantas como para escribir un libro como aquel que escribiera un famoso profesor del instituto Virgen del Carmen de Jaén Luis Díaz Jiménez, titulado “Antología del disparate”, uno de los libros más vendidos durante décadas. En una de sus páginas aparece esta respuesta a la pregunta sobre quién era Alfonso XII. El aluno contestó: “Lo destronaron los republicanos para traer al Generalísimo”. Así nos luce el pelo.

30 nov 2015 / 12:35 H.