Literatura de verdad

Leo, con dilección, las páginas de un libro excepcional de Rafael Hinojosa Serrano: '30 prosas  de amor'. Ahora que la literatura se confunde con basura mugrienta, con falimientos, trampantojos y falorias, congratula que aparezcan obras como esta.

    29 sep 2011 / 10:25 H.

    Mi mujer, diligente lectora de poesía, resalta la hermosura y pulcritud de la edición. Una joya literaria, tallada como una fuente ascendente a la espera del recuerdo, ilustrada por un artista genial: Sebastián Rosales. “30 prosas de amor” son pan candeal,  la belleza en el nombre de algo que existe, el mismo siempre, pero de otra manera; caudal de timbres únicos, ausencia predestinada, metáforas definitivas, dialécticas como el deseo que no miente; ríos manriqueños que fluyen por la sintaxis de los días, párrafos divinos que cenutrios, iletrados y zotes quisieron asesinar y tirotear, sin conseguirlo; semánticas cognoscitivas que desvelan el nombre de una mujer, que enamora hasta hacerte trizas el corazón; diarios encuadernados por la vida, colores vivos de la memoria, instantes que obligan a esperar; sílabas que sueñan un mundo aparte, tardes que reconstruyen el tiempo, silencios que vuelven; horas infinitas leyendo a Virgilio, a Verlaine, a Proust,  a Goethe, a Saint J. Perse,  a E. A. Poe, a J. James, a E. Pound, a Bécquer, a Juan Ramón. “30 prosas de amor” son literatura, como hermosa anticipación de un poeta, que puede prescindir de la aprobación de la crítica, e incluso del lector, por la profundidad y el magnetismo irresistible de unos textos, que se retuercen y levantan de la tierra.  Esta escritura es la voz que no cesa, porque es eterna en los mares de Ulises; surcados  por el misterioso poder de la intelectiva de un poeta, tal vez más poeta que ningún otro poeta. Queden estas prosas y sus rimas como semantemas que navegan en la inmensidad de ese océano, que a sí mismo se responde. Para ayudarnos a remar y llegar a la orilla de una travesía, que se descubre en el regreso de la expresión. Como una antología de signos y símbolos, enmarcada por los latidos de una madrugada que se revuelve. Como un alrededor envuelto en una trama exactamente tejida. Como una amistad antigua y confidente que acude a la nostalgia. Como una reunión de vocablos, uncidos por la gramática de una nueva forma de ver el amanecer. Acodado en la barra de una vieja taberna, el poeta ha escrito un nuevo testamento de la libertad. Derramando el semen en la piel de las palabras. Amando a una mujer, más allá de las ciento veinte pulsaciones. Recitando su cuerpo como la poesía misma. En la ley de su propio universo.
    Manuel Peñalver es catedrático de Universidad