Libertad de expresión
A los servicios informativos de RTVE no les hacía falta un golpe de efecto para demostrar su higiene profesional. Han acreditado sobradamente que dominan a la perfección las técnicas de conocimiento del mundo al situar la noticia en el punto de síntesis exacto para que podamos memorizar el titular y no entendamos la noticia,
ya que tanto si aplicamos un microscopio como un macroscopio como métodos de cognición, la complejidad nos nubla el sentido: comprendemos que el sistema aplicado no sirve, porque necesitamos otro sistema superior que rija y corrija al sistema utilizado. Por lo tanto, lo que hacemos es acotar los métodos de observación, análisis, clasificación y explicación y confinarlos a un punto medio en el que poder vivir sin decepciones. Lo que se llama punto de mediocridad. ¿En qué sistemas de observación, clasificación y análisis nos basamos para establecer conclusiones sobre el mundo? ¿Qué perspectiva adoptamos para explicarlo si estamos imposibilitados para salir de él? Las conclusiones, por lo tanto, no pueden ser admitidas, pues carecen de la objetividad exigida a todo sistema que se precie de científico como para certificar la verdad de lo observado. ¿Quién fue el primero en establecer qué leyes de conocimiento? ¿Sobre qué principios? ¿A qué intereses respondían entonces y han ido respondiendo las diferentes modificaciones aplicadas a lo largo de la historia? ¿A qué podemos atenernos para no caer en el nihilismo y la desesperación y no ser una carga para el sistema? El arreglo, desde Platón, ha sido la producción regulada de mitos: Dios, la verdad, el amor, la justicia o la libertad, consagrados, junto a sus contrarios, a ser guías de nuestras aspiraciones diarias. De esta manera, lo mismo que nos ofrecen la libertad como reclamo de fe, nos la requisan cuando queremos practicarla bajo su mandato. Si la libertad es un mantra, que se expande despojándonos de nuestras míseras barreras, reconozcamos que nos aterra llevarla a cabo con todas sus implicaciones y hasta sus últimas consecuencias. Por eso votamos: para que otros alivien nuestras carencias. Pero ¿qué podemos hacer con una idea inasible dentro de un sistema inventado que acota su uso? Las opciones son: integración e impregnación, marginación consciente, o un punto medio de mediocridad higienizada. Todas justifican el abandono a frases hechas, tales como “tu libertad termina donde empieza la mía”, donde libertad se convierte en regla de asepsia, sirviendo como titular a dictaduras de diferentes pelajes. Las frases hechas, más que compendios de sabiduría, son prisiones idiomáticas. De ahí que muchos vivan a cadena perpetua la reclusión que ellos mismos han firmado.
Guillermo Fernández Rojano es escritor