Las ramas más frágiles del árbol de la Humanidad

Pepi Galera
Los superdotados son el fruto más hermoso del árbol de la Humanidad, pero a la vez son los que corren mayor peligro, pues cuelgan de sus ramas más frágiles y con frecuencia se rompen. Esta reflexión de Carl Gustav Jung resume con gran sensibilidad la gran encrucijada en la que viven las mentes más brillantes, los superdotados o niños con alta capacidad intelectual. Su mente les permite hacer lo que muchos quisieran, pero la mayoría de las veces se quedan en el camino. Fracaso escolar y escasa integración social son dos de sus obstáculos. Pocos consiguen sortearlos. De hecho, un 75 por ciento de las personas superdotadas no llegan a realizar estudios superiores, se quedan a mitad de camino.

    08 ago 2010 / 10:00 H.

    Jaén, según la presidenta de la Asociación provincial de Sobredotados, es pionera en la detección precoz de niños con alta capacidad intelectual. “Duranre Primaria, en todos los colegios públicos, los alumnos contestan a una serie de test que suponen una criba para saber si pueden llegar a ser superdotados. Después, más exámenes despejan las dudas”, explica Rosa Donoso. Se considera un niño sobredotado si su coeficiente intelectual supera los 130 puntos         —el promedio de un niño “normal” en esa edad está en torno a los 100— y también so tiene una alta creatividad. Una vez que se determina que un niño tiene estas capacidades —algo que depende mucho del profesor y del orientador del centro— se estudia particularmente el caso para ver qué medidas son las más adecuadas para su formación curricular. Las posibilidades más frecuentes son dos: se enriquece su formación con tareas adicionales en la misma aula o se “flexibiliza”, lo que supone, “subir” al alumno a un curso superior. “La idoneidad de estas medidas las tiene que valorar el orientador, ya que incluso puede resultar contraproducente en el desarrollo del niño. Afortunadamente, cada vez está más controlado todo el proceso”, señala.
    Otra de la problemática de este colectivo es la escasa formación específica en sobredotación del profesorado, materia sobre la que los planes de estudio apenas pasa de puntillas. Esto supone que el profesor muchas veces no sea capaz de detectar la superdotación o no sepa muy bien cómo encauzar la formación de uno de estos alumnos. “Dentro de la legislación educativa se sientan las bases de todas las posibilidades, pero a la hora de ponerlas en práctica, faltan medios y personal cualificado”, destaca. Cuando no se detecta a tiempo o no se ponen medios, las posibilidades del fracaso se multiplican exponencialmente. Para evitarlo, mucho padres no tienen otra que recurrir a otras actividades extraescolares o ponerse manos a la obra ellos mismo para estimular el aprendizaje de sus hijos.
    Por otra parte, está la otra gran vertiente de la sobredotación: la integración social. La intransigencia de niños crueles que señalan al “diferente” y lo tachan de repelente llega a ser tal que muchos llegan a “ocultar” sus conocimientos o capacidades. Intentan igualar su nivel con el de sus compañeros: cometen faltas de ortografía, leen mal, incluso pueden irse al bando contrario y formar parte de los “gamberros”. Todo para intentar integrarse. Cuesta entender que la sociedad margine a aquellos que son capaces de hacer grandes cosas y que, al final, no pasen más allá de ser “juguetes rotos” por esta intransigencia.