Las puertas del paraíso
Cuando se viene del norte, tras pasar la aspereza de La Mancha, el terreno se alza y se anima con masas vegetales hasta que se entra en un paraje que se llamaba el riñón de la sierra y hoy conocemos como Despeñaperros. Ambas expresiones hacen referencia a la orografía quebrada que se debe transitar para ser recibido por las tierras abiertas y luminosas del sur. Como si se pasara una prueba iniciática, hay que atravesar el umbrío laberinto de Despeñaperros para desembocar en un espacio de promisión, la Andalucía donde muchos viajeros provenientes del frío y de las máquinas de vapor situaban el paraíso.
Nada más pisar las primeras tierras de Jaén, se impone un mundo dúctil y amable, amaestrado por la mano del hombre: colinas roturadas, hileras de verdor, caminos entrevistos, horizontes que ondulan en una dulce gradación de azules. Ahí empieza el dominio del olivo, la presencia geométrica del árbol benéfico que llena la vista y hace olvidar cualquier otro de tipo de paisaje. No se parece a nada este orden antiguo, este paisaje disciplinado que, en sí mismo, niega a la espontaneidad del bosque y remite a un largo esfuerzo de civilización. Hay mucho del espíritu del Renacimiento en los campos de olivares: la regularidad de líneas, la compensación armónica del realce de la vegetación sobre los vanos de tierra, el equilibrio del conjunto, la razón imponiendo su canon de claridad a la agricultura. Quizá por ello, el bosque de olivos transmite un sosiego parecido al que nos aporta la sala capitular de la catedral de Jaén o el Hospital de Santiago de Úbeda. La misma sensación de serenidad y de silencio que dejó escrita Machado para reflejar sus melancólicos paseos por nuestra tierra: “Campo, campo, campo./ Entre los olivos,/ los cortijos blancos”.
Es este Renacimiento de la naturaleza (como si las colinas de olivares hubieran sido labradas a cincel o como si la norma racionalista de nuestras ciudades se prolongara en el paisaje) el que se quiere ahora poner en evidencia en una iniciativa bautizada como oleoturismo y presentada en Fitur. Se trataría de hacer más cercana la cultura del aceite al visitante, desde el olivar y los hábitos sociales que ha generado hasta la gastronomía autóctona. La Cámara de Comercio quiere aglutinar a empresas y a colectivos para sacar rédito del paisaje de olivos. Tiene bazas suficientes para hacerlo. El primer argumento es la propia belleza de nuestro árbol totémico y ese casi obsesivo verdor con el que unifica a nuestra provincia. Desde ahí, se ramifican los demás argumentos que acaban en cada uno de nosotros, en el placer de degustar una buena selección de aceites en cada desayuno o en exigirlo como aperitivo mientras esperamos la comida, y no porque este rito te convierta en propagandista gozoso e involuntario de un icono que nos representa sino porque el sabor del aceite picual a muchos de nosotros nos hace sentir incluidos en un abrazo de civilización que, aun viniendo de muy lejos, toma la forma de la felicidad pura de la que estuvo hecha nuestra infancia.
Salvador Compán es escritor