Las oposicones de Jordan
1997 parecía el año de Utah, en la temporada regular se habían paseado consiguiendo su clasificación para “play off” sin despeinarse. No en vano tenían un equipazo liderado por el cerebro de John Stockton y el músculo bajo aros de Karl Malone (MVP de la temporada regular). La única persona que se interponía entre los Jazz y el anillo de campeones de la NBA era un tal Michael Jordan, que a esas alturas tenía poco que demostrar, después de ganarlo todo había vuelto a las canchas un par de años antes tras retirarse en 1993.
Jordan era el mejor pero la serie a siete encuentros estaba empatada 2-2, Michael llegó al Delta Center de Salt Lake City con síntomas parecidos a los de una gripe, incluidas náuseas. Los síntomas los completaba una fiebre por encima de los 38 grados centígrados que le hicieron retorcerse de dolor la noche anterior al quinto partido. Hoy sabemos a través de Tim Grover, el entrenador personal de Jordan, que aquello no fue una gripe sino un envenenamiento a través de una pizza que Michael pidió en su hotel. A pesar de ello, el mítico jugador saltó a la cancha y anotó 38 puntos para liderar el triunfo de los Bulls por 90-88. Su equipo se adelantó 3-2 en la serie y logró el anillo en el siguiente partido. Valga este ejemplo de superación personal ante enormes dificultades, como descripción de una especie que abunda por academias y bibliotecas. Que a diario debe encontrar motivación en un erial de asfixiante rutina con el único objetivo de ser el mejor ya que no existe premio de consolación. El todo o nada que sobrevuela la cabeza de todo opositor, es el día a día de una de las profesiones más ingratas y duras que conoce el ser humano. La profesión de perseguir un sueño a pesar de que los obstáculos en el camino se antojen inmensos en tiempos de crisis. Miles de candidatos para un número de plazas cada vez más menguante. La vida de un opositor es la de un corredor de fondo que hace suyo el lema de Camilo José Cela “el que resiste, gana”. Levantarse todas las mañanas se convierte en una lucha interna contra el fracaso, la decadencia y el hastío. Conocerse así mismo, los miedos, los propios límites y seguir pidiéndote más. Eliminar el derrotismo, mirarte al espejo y recordarte una y mil veces porque sigues luchando cuando tú cuerpo se agotó físicamente hace tiempo. Ese 11 de junio de 1997 Jordan no era Jordan, su cuerpo con 39 grados de fiebre no le respondía, sin embargo se recordó así mismo que era el mejor. Quizás ese sea el secreto, recordarse que persiguiendo los propios sueños uno puede ser un número uno aunque haga tiempo que tú cuerpo te gritó ¡basta!. Sirvan estas palabras de homenaje a los miles de opositores que, como mi hermano Víctor, saben que deben de caer muchas veces antes de levantarse definitivamente.
Javier Morallón