Las marcas que identifican el habla de la tierra del ronquío

Diana Sánchez Perabá
Ea, nene, vamoh a comeh unah patatillah y luego seguimoh con lah olivah, porque si no, eso lo va’a haceh poya gorda el ho(r)nero”. Ni un malagueño, ni un madrileño, ni un bilbaíno sería el autor de esta frase. Y es que las claves fonéticas y léxicas llevan la autoría de esta afirmación hasta tierras jiennenses. Si existe algo tan propio en un colectivo es su manera de comunicarse lingüísticamente en su día a día, y en la provincia de Jaén existe una diferenciada variedad del español, que marca su identidad y que permanece tan viva.

    28 oct 2012 / 10:51 H.

    Una manera personal de aplicar la norma oficial que rige el español y que otorga singularidad a los habitantes de la zona con una historia en común. De esta forma, es más probable que un jiennense afirme con un “ea” que un valenciano, un aragonés, un sevillano o un coruñés; o que entone ese “deje” o alargamiento de las vocales en los plurales en frases con las que parecen que están entonando una cancioncilla. Rasgos fonéticos así como léxicos que guardan, como oro en paño, los jiennenses, pero también ramalazos aislados de variedades que se apagan, superados por la aceptación social que tiende a dirigirse hacia la norma española. “A ello se une la velada e íntima regularización que impone la educación externa y la propia. Valga como muestra el descenso del seseo en Baeza y Bailén o el ceceo en Mengíbar y Pegalajar”, explica el lingüista Ignacio Ahumada en la obra “Jaén: pueblos y ciudades”.
    Así como en la variedad está el gusto también se encuentra en la manera que tiene el pueblo de hablar, de expresarse. Conversaciones en la barra de un bar, en el puesto de un mercado de abastos, en el carril de una zona rural y, sobre todo, en el interior de las casas, acercan a los habitantes a reforzar sus expresiones dentro de un área geográfica. Sin embargo, no hay que olvidar, como matiza el propio Ahumada, que cada vez son más las personas que viajan y a las que los medios de comunicación calan, lo que implica una “nivelación lingüística”, especialmente en los jóvenes, que dejan de utilizar esas variantes particulares. En cualquier caso, el especialista deja claro que, a la hora de teorizar, hay que tener muy claro que, si bien se puede tener conciencia fonética de la provincia, en la medida que sí se puede dibujar un mapa y destacar las tendencias que predominan en cuanto a sonidos, por el contrario, es más complejo confirmar con exactitud el léxico, pues los estudiosos no disponen de datos exactos para afirmar que un término es único de Jaén.
    Con un sentido del humor que algunos catalogan de “ácido e irónico”, el habla de un jiennense tiene hasta una dosis de notas musicales, de manera que en lugar de cinco vocales tiene diez, pues la ese final de la palabra pasa a sumar un grado de abertura de la a, e, i, o y u. “Es lo que mejor define a los jaeneses. Se da desde Villarrodrigo a Alcalá la Real y desde Pozo Alcón hasta Marmolejo, a excepción de Torredonjimeno”, explica Ignacio Ahumada. Otro de los rasgos fonéticos que señalan el habla de un jiennense es la aspiración y posterior pérdida de las consonantes implosivas, por eso en la provincia se dice que tienes un “rehfriado” en lugar de “resfriado”. Otra peculiaridad es el trueque de -r y -l implosivas (hay quien pide una “celveza” en lugar de una “cerveza”). Son muchos los visitantes que aprecian inmediatamente el acusado yeísmo de la capital, sobre todo en barrios populares.
    El seseo y el ceceo son dos rasgos muy característicos de los hispanohablantes, de hecho, un 90% de las 450 millones de personas que hablan español como lengua nativa sesea, según Ignacio Ahumada. No obstante, la mayoría de los jiennenses distingue entre ambas consonantes, aunque estos rasgos fonéticos también se dibujan en la provincia de Jaén conformando, en algunos casos, islas de seseo, como es el caso de Torredelcampo, y de ceceo como Mengíbar o el ceceo aspirado de Castillo de Locubín. Restos de lo que, años atrás, fueran áreas más extensas y que, por cuestiones históricas y de prestigio social menguaron. Otra peculiaridad fonética que se aprecia en el sur de la provincia es la aspiración de la jota, un fenómeno que rompe la creencia de que a los jiennenses se les desgarra la garganta con la pronunciación de la consonante.
    Ignacio Ahumada resalta “oliva” como la palabra que mejor representa las peculiaridades léxicas de la provincia. “Tiene más solera que olivo y en Jaén ha quedado como testigo de ese ancestral culto al árbol de Atenea”. Entre los vocablos característicos se puede llegar a escuchar “patatillas”, por patatas fritas, mientras que a un niño se le dice “bonico”.
    Señas identitarias que cargan la esencia de un Jaén puro pero que, al mismo tiempo, se presentan libres para extenderse y abrirse paso a otras zonas. Pues, lo importante, más allá de prejuicios y chovinismos, es que se produzca una comunicación.

    Huellas orales escritas para indagar en los orígenes

    Si se indaga en las obras literarias españolas se pueden descubrir algunas huellas que evidencian rasgos característicos de la variedad lingüística de Jaén. Así, en sus estudios, Ignacio Ahumada rescata las primeras noticias del conocido “ronquío” jaenés a comienzos del siglo XIX, en el cuento “La Puerta de Toledo”, de 1832, obra de Ramón de Mesonero Romanos. 
    El género novelístico permite también otros elementos del habla popular de Jaén como los tres autores que estudió Ahumada con sus respectivas obras: “Pasión serrana”, de Muro (1902); “Por una copla...”, de De la Vega (1924), y “La piedra en el lago”, de Gracián Quijano (1940). Entre los rasgos de la primera, el lingüista destaca voces dialectales especialmente la que pone en relación la comarca de Cazorla con la región murciana: “a ser sus toros, la lidia de sus facas” —con una v muy fuerte que resulta —”. En la novela “Por una copla...” rescata seseos de los protagonistas, todos ellos de la ciudad de Jaén y agricultores de la vega del Guadalbullón. También está la aspiración de f-, yeísmo y neutralizaciones. En estos escritos Ahumada señala el característico diminutivo -ico, en las palabras “mocica”, “bonica” o “trajesico”. En la novela “La piedra en el lago”, cuya acción se reparte entre Madrid, San Sebastián y Andújar, incluye personajes que sesean: “¡Presiosa, que vale ma que pesa!
    Por otra parte, Francisco Delicado, el “polido Cordovés” de la Peña de Martos, confesaba recoger en su “Retrato de la Lozana andaluza” el peculiar modo de hablar de su tierra. Así, Ignacio Ahumada apunta que Frago Gracia en “Historia de las hablas andaluzas” (1993) defiende que buena parte de los fenómenos dialectales andaluces empezaron a gestarse a finales del siglo XIII. Razones de lugar y de prestigio hicieron que en unas comarcas y no en otras las innovaciones tuvieran efecto.