Las glorietas y la vida
A veces, cuando circulo por estas calles de Dios, angostas y empinadas como Jaén manda, asemejo la conducción a la vida misma, a la realidad cotidiana y exhaustivamente jodida. Aflojar en lo estrecho y apretar en lo llano. Sin pensar en el mañana, en consecuencias y relaciones causa-efecto. Si vivimos por encima de nuestras posibilidades o por debajo de nuestras aspiraciones. Así, cuando mi querido y bien amado conductor circula por el Gran Eje, por la “principal”, pedal a fondo y vista al frente. Y mucha mala leche.
Ni espejos ni preocupaciones (caso ni-ni 1). Bolsillo lleno y trabajo para el mes, pues a tirar de cartera y que viva la Pepa. Que me lo merezco. Ya vendrán tiempos peores. O semáforos rojos. Ahora bien, si va por Peñaméfecit y rozando los espejos, afloja y mira hasta debajo del coche. Qué mal nos han hecho las calles, el alcalde, el concejal y hasta la novia del ordenanza. Guardo. Conservo. Comparo precios, acudo a la despensa y remiendo las prendas. Que la cosa está muy mala. Ni gasto ni desgasto (caso ni-ni 2). La vida, y nuestra forma de afrontarla, es como una glorieta: a veces llego, templo, miro y me lanzo. Otras veces, me siento inseguro y espero a que lleguen los ángeles y sus comparsas. Hay quienes no saben cómo hacerlo, pero circulan como expertos; hay quienes, pese a saberlo, no expresan su conocimiento. Por desidia. Desgana. Desdén. Algunos creen contar con la verdad absoluta, e incluso abroncan a los correctos. Queda políticamente... político. Y otros, los peores, el auténtico y genuino ni-ni. Ni sabe, ni piensa aprender.
Francisco J. Peinado es profesor de Formación vial