La virtud del funámbulo
Lo cierto y real, por perniciosa imposición o por burlas de la diosa fortuna, es que nos encontramos ante la tesitura de intentar vencer el vértigo y las ansias del vacío, parece que no haya tierra firme bajo nuestros pies, ni nada sólido que pueda sostener una idea ilusionante y un porvenir mejorado.
Antes nos habían cegado y ahora nos han puesto en la cuerda floja y sobre la ajustada rigidez del alambre, practicando a nuestro pesar un funambulismo acuciante, como esforzados acróbatas, como consumados equilibristas. No es nada fácil mantener la serenidad en este situación, ni disponer de la templanza suficiente para avanzar sin ningún traspiés, tampoco es factible sin correr algún riesgo sostener con firmeza la ecuanimidad en nuestros juicios. Cuando los vientos hostiles procuran rompernos el equilibrio, cuando tan sólo nos van orientando los ecos de voces adulteradas, cuando unos pocos se afanan en inocularnos desde su ostentosa pobreza de gente monosabia de “dineros” acumulados y poco más, su patrón de felicidades excluyentes y egonómicas, es entonces y para siempre cuando debemos recurrir a la indumentaria humana de animales presuntamente evolucionados, saber discernir entre lo que nos están vendiendo desde sus rancias ortodoxias, como realidades consolidadas e incuestionables y lo que queremos comprar con nuestra doméstica ingenuidad si cabe, con nuestras utopías de hombres mortales, o desde la ambición común y mayoritaria de pasar por esta vida con las menos penas y fatiguitas posibles, y a ser necesario sin molestar ni perjudicar a los palpitantes que nos acompañan en esta breve singladura. En estos tiempos que ahora nos asisten, de bruma y desalientos, aún a sabiendas de reconocer que habíamos cimentado el futuro inmediato sobre los hedores y suciedad de una gran sentina que ha salpicado a personas, instituciones, ideales y generaciones, es ahora cuando más hay que aferrarse a la pértiga que nos procure estabilidad hasta llegar al otro extremo del abismo.