La vida y la feria
Así es la vida: Nos despedimos de un verano lleno de contrariedades y ya el otoño nos recibe con nuevas promesas. La feria es el mejor ejemplo. En otros sitios la gente abandona el estío, lo olvida pronto, harta de accidentes de tráfico y de incendios forestales y se deja querer, sin remordimientos, por el otoño sereno y reconfortante.
Aquí, sin embargo, durante una semana se nos permite un amor a dos bandas, gracias a la feria, convertida en reducto bullanguero del verano que se acaba y al mismo tiempo en puerta del otoño deseado. Este momento de transición proporciona a la feria un matiz distinto, una sensación de rebeca colocada sobre los hombros en el momento justo. La feria, como ser vivo que es, está sujeta a toda clase de emociones, alimentadas casi siempre de recuerdos. De niños la feria, humilde de contenidos y de formas, estallaba ante nuestros ojos de modo fastuoso. La feria era entonces un animal domesticado que manejábamos con habilidad, una alegría cercana y hasta familiar, era la ilusión que se aposentaba en las mismas calles, en las mismas plazas, donde jugábamos el resto del año. Pero ese animal ha crecido a la par que nosotros, y se ha ido convirtiendo casi en un monstruo, leviatán de sueños diluidos con los años, dispuesto a devorarnos en cuanto osemos mirarle a los ojos, que ahora se sitúa a las afueras de la ciudad y espera para engullirnos, con sus encantos de luces y de músicas escandalosas. Aquellos feriantes, a los que mirábamos fascinados montar sus casetas y sus carruseles, con artes de trabajadores portuarios, a los que envidiábamos su independencia y sus escasos compromisos sociales, llegan con los años transformados en comerciantes que saquean nuestros bolsillos con pericia y que nos embotan la cabeza con soniquetes de tómbola. Antaño la feria era el lugar común de la libertad, el lugar permitido donde no cabían la tristeza ni los remordimientos, el territorio en el que buscar a una chica, rondarla a golpes de corazón y enamorarla. Ahora es simplemente el recinto angustioso en el que no paras de encontrarte a gente que te recuerda a otra que ya has perdido. Y además ocurre que los hijos también crecen, que alcanzan la adolescencia en un suspiro y que esperan ansiosos la feria, que se nos escapan y empiezan a descubrir por sí mismos los misterios del mundo precisamente en ese lugar. Es curioso comprobar cómo varía la percepción de las cosas con el paso del tiempo. La feria ha cambiado, pero seguramente hemos cambiado mucho más nosotros. Presentimos que se acerca el otoño, el mismo otoño que nos anuncia la feria. Así es la vida.
Luis Foronda es funcionario