La tuna suena en La Merced y las saetas, en El Salvador
Lunes Santo, la ciudad tiene dos citas con su historia sentimental en sendos extremos de su callejero. La del casco antiguo es con la Cofradía de los Estudiantes, una hermandad cada vez menos joven que saca de la iglesia de la Merced un Crucificado anónimo del XVI —que durante todo el año muere en el convento de Santa Clara— verdadero prodigio de la imaginería jiennense. Y una Dolorosa, la de las Lágrimas —o de los Clavitos— a la que la tuna universitaria sube a aliviarle la tristeza y a mecer una plaza entera que la aguarda desde el mediodía. La procesión recorre uno de los itinerarios más bellos de la Semana Santa de la capital, que merece la pena seguir. El Arco de San Lorenzo, la Catedral, San Ildefonso y el regreso a su barrio aseguran fotografías para un cartel de Pasión.
La otra cita se cumple en El Salvador, barrio moderno que destila tradición por todas sus esquinas. Los vecinos, que son también sus hermanos, acompañan a Jesús Despojado hasta el itinerario “oficial” sin ahorrarle las más variadas formas de andar de sus costaleros, que se funden con la música de tambores y cornetas para conformar una misma partitura de gran valor estético. El palio cubre a la Virgen de la Amargura, una bellísima granadina de la escuela de José de Mora, del siglo XVIII, que en Jaén se conoce como “de los Toreros”, por su protección sobre este gremio. A su paso por la Carrera —la calle de más solera cofrade jiennense— recibe una impresionante petalada que contagia de emoción a cuantos son testigos de tan peculiar ofrenda. Quienes gustan de “revirados” no se la pueden perder.




