29 ago 2010 / 09:31 H.
Conforme pasan los días, en lugar de normalizarse la situación poco a poco, las trágicas inundaciones de Pakistán dejan un panorama cada vez más desolador. El drama humano alcanza cotas inimaginables en Occidente, mientras la clase política anda igual de revuelta que las aguas, lo que complica, aún más si cabe, el triste panorama del país. En sólo 48 horas, una brecha de sesenta metros en un dique de contención de un río provocó el desplazamiento forzoso de un millón de personas más, con lo que la cifra total de damnificados supera ya los diecisiete millones, según reconoce Naciones Unidas. Los pakistaníes se ven obligados a dejar todo lo que tienen sin saber cuándo podrán regresar y, lo que es peor, con la certeza de perder para siempre su principal medio de vida, ya que la mayoría vive de la agricultura o de la ganadería. La magnitud de la catástrofe escapa a cualquier previsión, de forma que desde algunos sectores del país se levantan voces que reclaman al Ejército que se haga cargo del auxilio a los supervivientes, que ahora resisten en situación de caos y prácticamente desatendidos. La ONU es consciente del doble peligro que se atraviesa en el país y advierte de que la crisis humanitaria alcanza niveles desesperados. Hoy por hoy, la superficie inundada es de 160.000 kilómetros, el equivalente a un tercio de España, de manera que las necesidades asistenciales crecen a un ritmo mucho mayor de lo que pueden abarcar la ayuda internacional y los recursos disponibles. En medio de la desgracia, los talibanes paquistaníes difundieron un mensaje de amenaza a los extranjeros que colaborasen en tareas humanitarias, una información a la que Naciones Unidas resta credibilidad. En suma, ya han llegado ochocientos millones de dólares, pero no es suficiente, ni de lejos, para atender a los damnificados. La clave es que el asunto no caiga en el olvido internacional ni mediático para que la necesaria ayuda no deje de fluir.