La tercera edad
Hablábamos hace unos días de la ajetreada vida de los mayores, y quizás estábamos de acuerdo en que no todo era monotonía y tranquilidad en esos años que siguen a la jubilación, sino que la etapa de inicio a lo que se llama la tercera edad es rica en sensaciones e incluso está plagada de actividades, unas veces algo tediosas por repetitivas y otras mucho más agradables, al estar relacionadas con el disfrute de los nietos que son la prolongación natural de la propia vida.
Los mayores a esa edad incluso se sienten independientes y quieren iniciar viejas y nunca experimentadas aficiones que han esperado muchos años guardadas en su mente, participar en actividades lúdicas, viajes, e incluso actividades creativas y artísticas que nos llegan a sorprender por su riqueza y variedad. Hay quien llega a decir que eso es lo que le hubiera gustado hacer toda su vida pero que nunca se atrevió porque tenía miedo de fracasar o estaba demasiado agobiado para hacerlo. Es una época de lo más placentera y que nos descubre el lado oculto de aquello que son o han querido ser nuestros mayores. Esos años en los que aún se tiene vigor físico y les es posible afirmar que la vida es amable en grado sumo, y digna de ser aprovechada. Excelente y por demás enriquecedora etapa aunque efímera y engañosa, pues es el inicio de la definitiva realidad que se traduce en la decadencia física y mental a la que debido al incremento de la esperanza de vida, muchos de los mayores llegan hoy en día. Por desgracia para todos, mi impresión actual sobre la capacidad de los hijos en primer lugar, los padres que lo sufren y la sociedad en general, es que no estamos suficientemente concienciados ni preparados para afrontar esa delicada situación y dar una respuesta cariñosa, correcta, estable y eficaz a las necesidades que surgen en ese momento en el que aquellos que lo han dado todo, requieren una atención de por vida. Unas veces los hijos tienen una situación que les impide atenderles, otras, las menos, no se sienten con fuerzas para hacerlo, otros las esquivan echando la carga y la responsabilidad sobre otros hermanos y más aún sobre las hermanas, que en esto hay mucho machismo trasnochado y egoísta todavía, en definitiva que muchas veces de forma dolorosa y pidiendo perdón al entorno hay que recurrir a la ayuda social, a la residencia o el asilo como todavía se dice de forma harto peyorativa. Queramos o no reconocerlo esa es la solución que debería ser la opción más adecuada y digna a este problema cada vez más acuciante en esta sociedad de ancianos a la que estamos abocados sin remedio. Por desgracia parece ser que los medios de los que disponemos no se van a invertir con la prioridad que sería conveniente en garantizar una vida digna hasta el último día, a aquellos que son los más débiles y necesitados.
Paco Casas es escritor