La sufrida doble vida de las metáforas

Si un profesor adjunto sobreactuaba en la proximidad del catedrático y luego lo secundaba con un trotecillo servil, la palabra para denominarlo surgía certera y fulminante. Era un “mariachi”, uno de los entusiastas componentes de la banda que hacía los coros al catedrático vocalista.

    03 sep 2011 / 11:06 H.

    En el ámbito político, a personas con esas características se les llama “palmeros”, y “vuvuzelas” a las televisiones, en especial a las locales, que se dedican a vocear loas y a besar las manos de los políticos que (con nuestro dinero) les pagan. Son algunos ejemplos de la capacidad de la metáfora para resumir una realidad identificándola con otra donde los rasgos que queremos resaltar se nos hacen más evidentes. Y es ese poder el que, aun simplificándola, nos aclara nuestra visión del mundo.
    Dentro de las metáforas que más me gustan está la de “facturas sombra”, como denomina el SAS a la lista de gastos que los pacientes han ocasionado. La expresión tiene el doble valor de llamar la atención sobre la gratuidad de la prestación, pero también sobre un coste proyectado, como un tenaz negativo, por la persona que lo produjo. A alguien relacionado con Médicos Sin Fronteras se le ocurrió en un día afortunado que con una metáfora se podían paliar esas enfermedades que, como parásitos voraces, se incrustan en el cuerpo gigantesco de la pobreza planetaria.  Así surgió la idea de llamar a unos caramelos (que deberíamos exigir que estuvieran siempre en todas las farmacias) “pastillas contra el dolor ajeno”. Caramelos que curan de un modo reflejo; sufrimiento de los otros hecho propio. Por un euro, que es lo que cuestan y que llega casi íntegro a hospitales lejanos, sanan juntos el enfermo real y el enfermo moral.
    “Las chicas de culo gordo hacen girar al mundo”, dijo Brian May, guitarrista de los Queen, en un alarde asociativo de la descripción de un esférico trasero y la pasión que despierta. Sin embargo, no todas las metáforas son brújulas para orientarnos por la realidad sino que, a veces, toman forma de borrón, de culo de vaso, como la consabida expresión de “turismo de calidad”, cuando solo se quiere hablar de viajeros con poder adquisitivo y aspiraciones culturales. Bastaría hablar de turismo exigente y no agraviar a los visitantes que no están hechos con esa calidad, pura pasta de ángel, a la que induce la metáfora. Con un escalofrío, recuerdo cómo los militares que dieron el Golpe de Estado contra la Segunda República llamaban “rebeldes” a los leales al Gobierno y los condenaban por “rebelión”.  Ser rebelde era ser leal, y viceversa. Y las pobres metáforas militarizadas, sufriendo el harakiri en posición de firmes, dejándose volver del revés. Y sin ni siquiera rebelarse.  

    Salvador Compán es escritor