La sombra de la traición.- Evidencia de la mediocridad
Por Nuria López Priego
Partiendo de que el primer reclamo de un proyecto es un buen título y de que, en la película que filma Michael Brandt, la mitad de este —en su traducción al español— es una palabra manida que evoca La X de una duda, de Alfred Hitchcock -1943-, y La X del diablo, de Alan J. Pakula -1997-, poco original se puede esperar de La sombra de una traición.
Partiendo de que el primer reclamo de un proyecto es un buen título y de que, en la película que filma Michael Brandt, la mitad de este —en su traducción al español— es una palabra manida que evoca La X de una duda, de Alfred Hitchcock -1943-, y La X del diablo, de Alan J. Pakula -1997-, poco original se puede esperar de La sombra de una traición.
Una película de espionaje, de crímenes en serie y de venganza que lo promete todo, con un Richard Gere al frente del reparto y un Martin Sheen como garantía de calidad en cualquier producción, y que, sin embargo, anuncia una decepción mayúscula desde los primeros quince minutos del metraje.
Persiguiendo las mieles de la taquilla, La sombra de una traición altera los tiempos, recurre a los flash back y juega con la información que, por un lado, ofrece a los espectadores y, por otro, a los protagonistas de la trama. Sin embargo, el resultado es un baile a destiempo que abochorna y aburre y en el que llegan a doler los pies de tanto esperar a que llegue el final para salir corriendo de una historia que fundamenta su guion en un rizar el rizo en el que lo gratuito de algunas escenas solo puede traducirse en bufidos de desesperación.
La sombra de una traición es un monumento a la mediocridad, una infamia al cine de espías y un producto tan acartonado como la cara inexpresiva y cruzada de arrugas de ese eterno sex symbol de Hollywood, entre oficial y caballero, que debería empezar a plantearse eso de que una retirada a tiempo, es siempre una victoria.
Richard Gere es el epicentro fraudulento de una historia enrevesada, insípida y decepcionante, que no consigue captar la atención absoluta del espectador y que este suscriba el pacto de ficción obligado frente a casi toda obra de arte. Es el rostro de otra página más en ese libro simbólicamente infinito que representa la filmografía estadounidense, que, en este caso, solo merece ser pasada cuanto antes y, después, olvidar.
Director: Michael Brandt
Protagonistas: Richard Gere, Topher Grace, Odette Yustman