La residencia, ¿un lugar oculto?
Concepción Agustino Rueda desde Jaén. Hace unos días, visitaba a una amiga entrada en años, que pasaba el último tiempo de su vida en una residencia a la que la llevaron sus hijos ante la imposibilidad de tenerla en casa. Permanecí con ella durante un buen rato. Me comentó que se encontraba bien atendida. No se quejó, en ningún momento, de la comida ni de alguna otra cosa, solo de que su familia apenas la visitaba.
Se lamentó de su soledad. Es cierto que, en muchas ocasiones, llevamos a nuestros mayores a una Residencia, porque no nos es posible tenerlos con nosotros, pero no es menos cierto que otras, lo hacemos porque coartan nuestra libertad de movimiento, porque no nos es agradable convivir con ellos, porque ya no nos sirven. ¿Es justo que, además, no les visitemos siempre que nos sea posible? Con frecuencia, ellos han repartido parte de sus bienes entre los hijos, y lo han hecho para que puedan vivir más desahogadamente. Les han ofrecido los mejores años de su vida, junto con su cariño y sus cuidados, desinteresadamente, sin esperar nada a cambio. ¿Deben padecer esta soledad y abandono, cuando está en nuestras manos que no sea así, si hacemos un pequeño esfuerzo? Nuestra memoria es muy flaca y nuestro egoísmo muy grande, si les negamos nuestra presencia, cuando más la necesitan; si no les regalamos nuestras palabras de consuelo y apoyo, y nuestra mano extendida. ¿Es la Residencia un lugar demasiado oculto para nosotros? Que cada cual responda a la pregunta, desde su situación personal.