La "pontifex"
Quería yo hablar de los despidos improcedentes que para eso soy licenciada en Derecho y además, me había estudiado bien la reforma laboral del PP. Fue fácil, solo tuve que olvidar algunos derechos conseguidos, como que a partir de ahora tu salario se puede modificar de forma unilateral por la empresa o que es el trabajador despedido quien tiene que demostrar que su despido ha sido improcedente.
Con eso más o menos demostraba mi maestría. Pero resulta que la semana pasada llegó la Cospedal y me lio al explicar el despido de Bárcenas con aquello de “una indemnización en definid… en diferido, en forma, efectivamente, de simulación de…simulación; o de lo que hubiera sido en diferido, en partes de una… de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social.” Total que al final voy a tener que hablar del papa o de Benedicto equis uve palito como cariñosamente le cantan los jóvenes de familias españolas, a ese hombre que, según mi madre, tiene la mente más preclara que ha dado la humanidad. Y voy a hablar de él por tres razones. La primera es mi falta de interés en heredar ya sea la familiar masía en l´Empurdá, los viñedos de La Rioja o el chalé de Sotogrande. La segunda es que con su renuncia, el papa ha abierto la puerta al fin de la Iglesia, siempre según San Malaquías, ya que el próximo, Pedro el Romano, sería el último papa. Y a mí me parece bien, de verdad. Lo digo de corazón. No veo el día en que, acorde con las palabras de Walt Whitman, surja un nuevo orden y sus hombres sean los sacerdotes del hombre, y cada hombre sea su propio sacerdote. Pero la verdadera razón por la que quiero hablar del papa es porque no se trata de una mama. Es decir, porque en esta Iglesia conducida por hombres sobre raíles de hombres, las mujeres figuran como bustos silenciosos faltos de capacidad volitiva e intelectiva. Reconozcámoslo, Roma nos considera entes sumisos e incapacitados para cualquier cargo que no sea hija, madre, esposa o “hermana”; nunca sacerdotisa y mucho menos pontífice. La falta de confianza en la mujer es inaudita en una organización que tiene el amor como único fin y la fe como línea de salida. Por eso, a cuatro días del Día Internacional de la Mujer, me gustaría que se pudiera tener más alta concepción de la materia en la que está envuelta esa alma que, según la Iglesia, llevamos a cuestas. Sobre todo porque a pesar de tener sexo, qué le vamos a hacer, los cuerpos, a veces de mujer, no son un mal envoltorio. En todo caso, como pontifex significa “constructor de puentes”, no pierdo la esperanza de que algún día una mujer pueda ocupar la silla de San Pedro para que en su último tuit, ella también diga “gracias por vuestro amor y cercanía”.
Sofía Casado