La prima de Riesgo
Hace casi cincuenta años tuve conocimiento de la prima de Riesgo. Me refiero a Ángela, prima de José Luis Riesgo, un mocetón zamorano, rechoncho y mofletudo que vino a Madrid para estudiar. Quería ser policía. Se instaló en casa de sus tíos. Era un hogar amplio y confortable.
El padre de Ángela trabajaba de mañana en sindicatos y por la tarde cuadraba los números de un señorito agropecuario. La madre, de manos primorosas, regentaba una academia de corte y confección. Aquella casa se convirtió, una vez consolidado el compañerismo, en lugar de estudio para unos cuantos provincianos que habíamos acudido a Madrid con ilusiones de abrirnos camino. Ángela, la prima de Riesgo, era una adelantada a su tiempo, coqueta y un poco casquivana. Pronto se adueñó de nuestros efluvios juveniles, y poco a poco se especializó en el estudio de la anatomía masculina. José Luis se empezó a oler desde muy pronto que lo de estudiar en su casa era más bien un pretexto para los escarceos que tan generosamente nos brindaba su prima. Practicaba su futura profesión y nos inquiría con solemnidad: ¿El día de autos a qué hora se consumó la tropelía? Diéguez, que era burro de dos patas, contestaba sin rubor: —No recuerdo porque fueron varias las consumaciones. Pasaba entonces la pregunta a Enrique que quería ser militar y con solemnidad castrense contestaba: —Soy hombre de honor y no puedo responder a semejante majadería. Unos años más tarde el mencionado honor lo mandó a paseo una fría tarde de febrero cuando, siendo ya benemérito capitán, realizó una visita turística, metralleta en mano, al Congreso de los Diputados. Así pasamos unos años dorados jugueteando con los libros y con la prima de Riesgo que era un juego con poco riesgo y mucha prima. Después la vida nos separó poco a poco y casi nada sé de sus destinos actuales. Riesgo fue policía y sé que ya está jubilado. Diéguez no llegó a concluir carrera alguna y debe andar por Burgos su tierra natal. El mencionado capitán hubo de dejar el Cuerpo tras la intentona golpista. Ahora que otras primas nos están poniendo cara de primos y nos están conduciendo al abismo del riesgo me han venido a la memoria estos recuerdos de juventud. De Ángela sé que se hizo veterinaria y casóse con un extremeño compañero de facultad. Lo suyo desde luego eran los animales ya fueran bípedos o cuadrúpedos. La recuerdo con especial deleite porque de su mano, en aquel Madrid de los sesenta, lleno de tranvías, cines con visitada última fila y bocadillo de calamares y caña por nueve pesetas en la Plaza Mayor, aprendí los primeros rudimentos del arte amatorio. Era dulce, cariñosa, alegre y adelantada, muy adelantada. Se llamaba Ángela, y por fortuna no se apellidaba Merkel.
Julio Pulido es empresario