La peor de la crisis
Las crisis económicas pasan, sí todas, incluso esta. A finales de 2001 Argentina padeció su famoso corralito. Hasta 2002 el PIB cayó un 20 por ciento, con una inflación del 41 por ciento, una tasa de desempleo que tocó un pico del 24,1 por ciento, con un índice de pobreza del 57,5 por ciento y tres de cada diez argentinos en la indigencia.
Pero la recuperación llegó, desde 2003 el PIB de Argentina crece a un ritmo promedio anual superior al 7%, mientras que el desempleo ha bajado al 7,2% y la pobreza al 8,3% y todo esto a pesar de la clase política Argentina. Y es que como dicen muchos economistas lo más importante para crecer es tener un buen ciclo económico, un capital humano lo suficientemente preparado para aprovecharlo y rezar para que los políticos no lo estropeen. Contamos con la generación de españoles mejor preparada de la historia y el ciclo económico cambiará seguro, de los políticos mejor no hablamos. Es decir, saldremos y seguramente con más empuje y mejor preparados. Pero, ¿cuál es la peor herencia que esta crisis nos puede dejar? Para intentar contestar a esto es necesario mirar en la historia y ver qué sucedió en los países y sociedades que padecieron crisis de parecidas dimensiones a la actual. Este ejercicio de comparativa lo hizo el economista Fernando Trías De Bes hace tres años en su libro “El hombre que cambió su casa por un tulipán” en dicho análisis llega a la conclusión de que la única crisis que se puede comparar con la actual fue el crack del 29, el hundimiento de la bolsa de Nueva York y la gran depresión que tuvo asociada. Las consecuencias de dicho crack se materializaron en una de las épocas más oscuras de la humanidad recientemente bautizada como “El invierno del mundo” por Ken Follet. El esplendor de los nacionalismos, el alzamiento de los totalitarismos, la aparición del genocidio en masa y, como colofón, 60 millones de muertos en la peor guerra que la humanidad ha conocido. Indudablemente el crack del 29 no fue la única causa que originó dichos acontecimientos pero cualquier análisis lo sitúa como uno de los principales desencadenantes. Tampoco creo que las consecuencias que se deriven de la actual crisis puedan parecerse, principalmente, por la consolidación de la democracia y la existencia del mayor pacificador de la historia, la Unión Europea. Pero sí debiera de preocuparnos el crecimiento de los extremismos en cualquier parte de Europa que miremos y especialmente en España. Y es que canalizar y aprovechar la frustración de millones de personas para la consecución de nefastos objetivos ha sido el propósito de caudillos de todos los tiempos pero sus consecuencias son, con diferencia, el peor bagaje que cualquier crisis nos puede dejar.
Javier Morallón es profesor de Biología