La pena callada

Hablo pero no me contestan. Escribo pero no me leen. Pienso pero no me entienden. Amo pero no me quieren. Camino pero no me siguen. ¡Terrible! ¡Pero he pensado “ignorar” para ver si al menos así recibo una respuesta! Ahora entiendo lo triste que debe de ser la vida de aquellos que son indiferentes: para el mundo, para la sociedad, para todos.

    20 ago 2014 / 15:32 H.

    Qué triste la soledad del que vive solo en esa burbuja de aislamiento que la sociedad le ha construido. Qué triste la vida del mísero que al hablar no le contestan ni tan siquiera sus “propios enseres” ¡porque ni eso tiene! Qué triste deber de ser: el dolor no compartido; la pena callada; la lágrima silenciosa; la contrariedad que aísla; pienso que es preferible morir de dolor, que morir en la indiferencia más absoluta. Y así ante la indiferencia de un mundo deshumanizado que mira para otro lado: viven y mueren muchos. Y me pregunto: ¿Dios existe y vive en esas personas? ¡Sí existe! Existe para dar vida a aquel que aparentemente y humanamente sólo ha servido para vivir sin más. Dios da la vida a los que en el gran teatro del mundo: ni son vistos, ni son oídos, ni son nada de nada.