La pedagogía de la vida
Desde Jaén. Un día me dijo el poeta Antonio Negrillo que, paseando por las callejas del castizo barrio de San Ildefonso, acompañado con el profesor y poeta Juan Manuel Molina Damiani, descubrió, en la calle Miguel Romera, un edificio antiguo de construcción pétrea en el que existe una placa con letras esculpidas en bajorrelieve que dice así: “Edificio donado, para escuela, por don Teodoro Calvache. Año 1932”.
Me puse manos a la obra, y el primer día que pude visité ese sitio. Me quedé impresionado, absorto, al comprobar su sencilla fachada, sus sillares bien estructurados y sus vetustas ventanas con rejas desniveladas pero firmes y resistentes, impertérritas, a pesar del paso del tiempo. El silencio reinante en esa añosa callejuela, en aquellos momentos, y mi imaginación lírica, me hacían ver a niños y niñas y a sus maestros y maestras en las aulas y, también, entrando o saliendo de esa institución docente; quizá recordándome a mí mismo en aquellos días pueriles en los que los senderos de la vida comenzábamos a caminar, aunque fuera en otro lugar, en otro tiempo y en otra escuela. Hoy, ese edificio es casa de vecinos (no sé si habitada) pero se oyen las voces y los pasos de los escolares aunque solo sea en la imaginación recreativa de un romántico impenitente que habita en esta ciudad jaenera a la sombra del castillo, en un inmenso jardín plateado que es el fino plateresco que conforma el olivar jiennense. Es como quitarle las cadenas al pasado y revivirlo en el presente. Y ya, al anochecer, cuando el sol cae tras las cumbres, la ciudad comienza a dormitar, las luces se encienden en las ventanas de los hogares, y en las clásicas tabernas se habla de lo humano y de lo divino. Como siempre.
Manuel Navarro Jaramillo