La orgía del despilfarro

El tranvía de Jaén cumple un año encerrado en cocheras, acumulando las telarañas del sinsentido y bajo el polvo del despilfarro. Caramelo envenenado nacido en otra época en la que las grandes obras, los grandes proyectos, las cifras millonarias eran las que marcaban la buena gestión de los partidos, de uno u otro color, al frente de las administraciones. Los presupuestos se presentaban con fanfarrias como banda sonora de cifras astronómicas por políticos entrajetados y encorbatados, orgullosos de superar porcentualmente las cuentas del año anterior y aquellas las de los anteriores. Parecía que la consigna era la de: “Tranquilos, aquí no hay miedo”.

    31 may 2012 / 10:02 H.

    Los préstamos se multiplicaban de manera exponencial y la deuda tendía al infinito en una orgía incontrolable de gasto en la que todo era posible. Se vendía el suelo y el subsuelo y se construían viviendas y aparcamientos, y más viviendas, y más aparcamientos. El agua, al igual que la dignidad de lo público, se privatizó. Se inauguraba un paso de cebra y se celebraba por todo lo alto con catering de jamón al corte, venenciador vestido de flamenco repartiendo manzanilla a diestro y siniestro, y jamón y más jamón, y jamón y más jamón. Y un día y otro, y un año y otro… Hasta que la fiesta terminó.
    La tortilla se dio la vuelta y la realidad hizo toparse de bruces con el panorama de tantos años de derroche y vacile, de rondas jamás pagadas a escote… Las cuentas no dan para más e incluso pagar las nóminas de la inflada plantilla de trabajadores acumulados por la vía legal y también por la sanguínea se convierte en una auténtica odisea. Y no se paga a proveedores que ven cómo sus negocios hacen aguas y no hay dinero para mantener la luz de las bibliotecas, ni el adecentamiento de los colegios, ni los baches de las calles. Y se suben impuestos y se recorta en sanidad y en educación, y se buscan debajo de los cojines de los sillones los céntimos que cayeron en un despiste. Se despide a trabajadores y se hace pagar al ciudadano la fiesta que otros se corrieron. Y lo curioso de la historia es que los mismos que disfrutaron la juerga a nuestra costa son los que nos piden que paguemos la factura, que apretemos el cinturón hasta la extenuación y que las trompetas del Apocalipsis sean ahora la banda sonora de nuestras vidas.
    Por eso, y volviendo al tranvía, propongo que, si no se echa a andar, se conviertan sus vagones en el museo de la mala gestión y se cuelguen en sus paredes el sinsentido de una época en la que creímos que las vacas estaban gordas… Y lo que estaban era infladas.