12 oct 2015 / 10:26 H.
Tenemos la manía curricular de delimitar, de etiquetar personas, de encasillar universos para amurallar la historia, la ciencia o el tiempo. Salvo cuando improvisé mi perfil de Twitter, pocas veces he tenido que definirme. Pero si alguna vez lo hice, nunca incluí la palabra “feminista”. Y lo soy. O mejor dicho, quiero serlo, como si no bastara la presunción para congeniar ese deseo utópico con mi educación recibida, a todas luces, machista. Sin embargo, una de mis aspiraciones sigue siendo la revolución feminista que es una de las pocas revoluciones pacifistas del mundo, donde el cuerpo es la única arma y el único campo de batalla. En todo caso, apenas consigo presumir de ser parte activa en esta lucha cuyo único vestigio parece ser un precioso facsímil sobre mi mesa de trabajo, “La mujer del porvenir”, que recoge diferentes artículos de Concepción Arenal, jurista, escritora y precursora del feminismo y toda una inspiración para sentirme que, como ella, puedo refutar teorías que justifican la condición inferior de la mujer. Pues bien, la última frase de ese libro revela: “No despreciemos lo que dice quien al decírnoslo llora”. Desgraciadamente, demasiadas mujeres lo hacen. Mujeres que terminan asesinadas en un cuentagotas implacable a manos de un machista, después de verse obligadas a vivir con él, llenas de miedo y dolor, soportando golpes, ansiedad e insomnio. Solo en los primeros días de este mes, han sido asesinadas cuatro mujeres a manos de sus parejas. Mujeres con nombre. Como Toñi, que fue asesinada el 27 de agosto en nuestra provincia, en Noalejo. Fue acuchillada. Es importante decirlo porque, a veces, cuando lees algunos titulares parece que son agredidas por su “presunto” agresor y después mueren por enfermedad. Pues no. No contribuyamos más a la normalización de la posesión violenta. Por el contrario, si queremos eliminar la persistencia y magnitud de esta lacra, reflejo de una sociedad destructiva, tenemos que conseguir que desde la escuela, niñas y niños crezcan según esa ley de oro que obliga a la mitad de la población a ponerse en el pellejo de la otra mitad. Vamos, impregnarse de feminismo.