13 mar 2010 / 10:05 H.
Las banderas a media hasta en el balcón del Ayuntamiento de Valladolid y centenares de carteles por toda la ciudad dejaban desde primera hora constancia de que había fallecido uno de los grandes de la Literatura. Miguel Delibes falleció después de varios años con la salud delicada, en absoluto reconocimiento tanto institucional como de sus paisanos y amigos, con quienes le gustaba departir de una manera cercana y sencilla que impregnaba su carácter. Unas trescientas personas lo esperaban en un espontáneo y cálido abrazo cuando sus restos mortales llegaron a la Casa Consistorial, donde quedó instalada la capilla ardiente del académico y premio Cervantes. Las letras están de luto no en Castilla y León, sino en todo el país y también en América. Su último libro se remonta a hace cinco años, cuando publicó “La tierra herida”, una conversación escrita junto a su primogénito Miguel. Amante de la naturaleza, reconocido cazador, padre de familia y novelista único, con su muerte no deja hueco, porque supo llenar su existencia con profundo legado ético que dominaban sus escritos y su vida personal. Su amplia obra literaria, que se prolongó durante medio siglo, ha dado de sí para sacar a luz una veintena de noveles, además de artículos sobre caza, pesca, viajes e, incluso, de fútbol, deporte al que era gran aficionado. Su funeral se celebrará hoy en la Catedral vallisoletana y después será incinerado como era su deseo y recibirá sepultura en el Panteón de Ilustres del cementerio municipal en una fecha aún por determinar. Por encima de todo, a Delibes le gustaba definirse como periodista de provincias, una profesión de curte y forja el alma. Una forma de entender y transmitir la vida muy peculiar, que se plasmaba en sus irrepetibles obras y de la que dejó constancia durante los cinco años que dirigió “El Norte de Castilla”, un medio al que estuvo vinculado hasta sus últimos días.