La ley de los deseos
Creo que es innegable el hecho de que necesitamos en mayor o menor medida un asidero para aguantar los embates o las calmas chichas de la vida, esta asombrosa vida que nos empapa con sus perfumes y hedores, que nos quita y nos pone números y gramáticas.
En esta misión de salvamento nos empecinamos cada uno a su manera y posibilidades, así como para paliar las distintas carencias y desordenes que nos procura el hecho de estar respirando, usamos todos los instrumentos, herramientas y condimentos de que disponemos en las alacenas de nuestra mortal condición humana. Desde el arte hasta el juego, desde las religiones hasta el sueño, desde el alimento hasta las leyes, son preciadas boyas que atenúan nuestra calidad de náufragos. Tomando como ejemplo la ley, de entre todos los componentes que nos conforman y amparan, entendiéndola con generosidad como un ilusionante concepto, apartándola de escollos y asechanzas, libre, sin ser maculada por aviesos gobernantes, jueces, abogados o fiscales, podemos concluir que nos deviene sustancial y necesaria, participando del conjunto de nuestros más básicos engranajes. Me parece casi innecesario añadir por sólida evidencia, que la ley, que todas las leyes son el sincero y límpido espejo donde se reflejan tanto nuestras vilezas como nuestros más dignos ideales, o lo que es lo mismo, en cualquier ley caben y pueden contenerse todas las inmundicias imaginables, así como una aquilatada muestra de nobles y puras pretensiones. No obstante para bien o para mal la ley siempre será coactiva, será mala o buena, no por ser ley que impone, sino porque se atiene a nuestras condiciones y circunstancias. La naturaleza tiene sus leyes no escritas, incluso el caos o la anarquía tienen sus leyes desarticuladas, sus propias leyes que se alimentan del propio concepto para negarlas; decir que no hay que responder a orden o ley alguna, ya representa una norma en sí misma, una directriz a cumplir. La Constitución española de 1978 aunque ostente el magnificente titulo de norma suprema del ordenamiento jurídico español, aunque disponga de un tribunal exclusivo para interpretarla, desmenuzarla y mantenerla en la cúspide jerárquica, no deja de ser una ley, tan sencilla y compleja como nosotros, los españoles todos y sus visitas, desde Finisterre hasta Tarifa. Nuestra Constitución tiene sus particulares características, sus excepciones. Fue y es un reflejo todavía, de todas las gentes de aquel año, con todos sus pretéritos, con todas sus historias embalsamadas con los aceites del silencio. Solo espero que este vigente hasta el sueño de mis tataranietos.
Juan del Carmen Expósito es funcionario