La guerra y Obama

En el mismo lugar donde Luther King pronunció su famoso discurso “I have a dream”, cincuenta años después, la semana pasada, Obama pronunció el suyo, envuelto en una gruesa capa de vaselina de uso tópico; o sea una perorata aplicada sobre millones de cerebros preparados exclusivamente para reproducir automáticamente una emoción patriótica cuando le pulsan el mito: “Luther King ofreció un camino de salvación tanto a los oprimidos como a los opresores. Sus palabras pertenecen a la historia, son más potentes y proféticas que cualesquiera otras en nuestro tiempo”, dijo Obama.

    31 ago 2013 / 08:41 H.

    Pero el camino sigue sin aparecer. “Potentes y proféticas”: el poder del futuro para resignar a los oprimidos y garantizar la salvación a los opresores. Pero las palabras de Luther King se vuelven contra Obama. El líder negro dijo en 1963: “Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes para un cambio gradual. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia”.

    En mal momento tuvo lugar la celebración de Obama. Enfrentado a una situación tan embarazosa como la guerra de Siria, ha adoptado la postura de los dioses griegos, los cuales, en palabras de Homero, traman y cumplen la perdición de los mortales para que los venideros tengan qué contar. Tomo el texto del libro V de “God and gun” (Dios y pistola), de Sánchez Ferlosio, que comenta: “¿Deberíamos imaginar al propio Zeus como primer espectador privilegiado, deseoso de hacer durar la apasionante representación el mayor tiempo posible, manipulando la balanza cuando viese que la excesiva ventaja de una parte amenazaba un demasiado rápido final?”. En el caso de Siria, el dios americano interviene simplemente para desgastar a los múltiples contendientes con intereses incomprensibles para los mortales occidentales, pero teniendo especial cuidado de que la balanza no se incline en contra de Israel. La situación es la que analizaba Edward N. Luttwak, el 24 de agosto, en el New York Times: “En Siria, América pierde si cualquier bando gana”. Pero Dios siempre concede a EE UU un buen enemigo para seguir engordando como mito, y sus presidentes siempre adoptan la voluntad divina, como afirmó Bush cuando la guerra de Irak y él mismo adelantó en 2005, en relación a la guerra de Afganistán: “De alguna manera, Dios dirige las decisiones políticas adoptadas en la Casa Blanca”.

    Guillermo Fernández Rojano es escritor