La gente de los escaparates

Si poseemos, aún después de nuestras derrotas, de nuestra frágil humanidad de moral errática y acomodaticia, un mínimo necesario de sangre honrada, de conciencia social insoslayable, de alegría común por ser tan naturalmente comunes, podríamos ser un poco, tan solo un poco mejores de todo lo peor que ya sabemos que somos.

    30 ene 2014 / 21:23 H.

    Quién no ha dicho alguna la vez la frase de alivio y exculpación: es que la gente es como es, para reprobar alguna actitud, alguna acción, que se supone no compartimos, de las que conjeturamos no participaremos, en aras de nuestras sólidas virtudes. ¿Ingenuidad, hipocresía, cinismo, autodefensa, desfachatez? , cualquiera sabe, somos tan complejos como nuestros sueños, y algunas veces tan escabrosos y estériles como un pertinaz insomnio. Cuando conviene nos sacamos del lote de la gente, sin habernos visto la borra que tenemos en el ombligo. Por eso resulta paradójico que en estos tiempos modernos de importantes avances tecnológicos aún no sepamos eludir, impedir, anular, extirpar en la misma medida todas las pestilencias, injusticias, desmesuras y violencias que con carácter de globalización aún se están soportando. De alguna manera y aunque nos duela, somos corresponsables de todas las hambres, de todas las guerras, de la degradación de la naturaleza, de la avidez consumista, de la explotación de niños, de la precariedad de los trabajos. Una vez más hemos expuesto en los escaparates de nuestro mundo toda la mierda que somos capaces de acumular. Hagamos revoluciones incruentas, encarnemos utopías, no nos quedemos, como dice Sábato, en las oraciones, esa locura de creerse escuchados.
    Juan del Carmen Expósito/ Funcionario