La fraternidad
Concepción Agustino Rueda desde Jaén. Para afrontar la temida y anunciada cuesta de otoño, se nos recomienda controlar el gasto “innecesario”.
Realmente, esta cuesta es difícil de subir para los que tenemos trabajo, después del periodo vacacional. Pero pensemos en aquellos que no lo tienen. En los que lo buscan a diario. En la extrema pobreza de todos aquellos que rebuscan en los contenedores, con la esperanza de encontrar algún alimento, recientemente caducado, y que vemos a menudo. En los que no tienen un techo bajo el que cobijarse, ni una vestimenta que los proteja del frío, que no tardará en llegar. Constituyen el rostro oculto de nuestra sociedad, que olvida con facilidad que las personas en paro y sin recursos tienen derecho a vivir dignamente. Individualmente nos queda mucha caridad que ofrecer; el arrojo de dar, aunque no nos sobre; la solidaridad y la empatía necesarias, para ponernos, aunque sea por un momento, en el lugar de los que no tienen nada. Es difícil, pero debemos intentarlo. Hemos oído y leído muchas veces las palabras de Jesús de Nazaret: “Dad y se os dará”. Y sabemos que él cumple sus promesas. Abramos nuestro corazón y alarguemos nuestras manos, para ayudar a los necesitados de nuestra sociedad, en la seguridad de que se nos restituirá con creces esta ayuda desinteresada, porque la medida de Dios es, siempre, rebosante. Él nunca se deja ganar en generosidad. Hemos de poner en práctica valores básicos para una coexistencia justa, como el compartir y la austeridad. Vivir, en definitiva, desde la fraternidad. Apostemos por el amor que no pide nada a cambio, porque lleva en sí mismo la mayor de las recompensas, la más honda de las satisfacciones, y la más ansiada paz del alma.