La fe del carbonero
Concepción Agustino desde Jaén. Seguramente, nadie influye más sobre la fe de los hijos y nadie es un catequista mejor que unos padres convencidos. Lo que el niño aprende en un ambiente de cariño, de alegría y de bondad, termina por convertirse en el mejor cimiento de su fe. De esta catequesis de los padres, procede esa expresión de 'la fe del carbonero'.
Muchos aplican tal expresión a la fe poco ilustrada, pero convencida y firme de algunos cristianos. Sin embargo, su significado original, es diferente. Se la debemos a un obispo de Ávila, que vivió en el siglo XVI. Le llamaban “El tostado”, por el color moreno de su rostro, y fue uno de los obispos más sabios de su tiempo. En cierta ocasión, mientras recorría en mula las aldeas diseminadas entre los montes, se encontró con un serrano, quemando troncos de encina para hacer carbón. Le preguntó si creía en Jesucristo, y el hombre le respondió: “Sí, soy cristiano por la gracia de Dios”. El obispo le siguió preguntando cuestiones doctrinales, cada vez más intrincadas. El buen hombre, con la gorra entre los dedos, respondía con aplomo y buen tino. Llegó la cuestión más difícil, cuando el obispo preguntó: “Decidme, buen hombre, ¿y por qué creéis? “Porque así me lo enseñó mi madre, señor”, fue su respuesta. A lo que el obispo añadió: “¡Esta es la fe del carbonero!”. Y es que los hijos no suelen olvidar lo que reciben de sus padres. Es verdad que muchos reciben la fe de sus mayores y deciden, libremente, no seguirla. Pero son también muy numerosos los que recuerdan con respeto y gratitud, los valores evangélicos aprendidos en casa, y tratan de llevarlos a la práctica. Porque se lo enseñaron sus padres, como el carbonero de Ávila. Considero este texto, repleto de encanto, verdad, sencillez y ternura, tan necesarias en nuestro tiempo, y por ello, lo expongo a ustedes.