La exagerada celebración

Hablamos de un país cercano, no hace mucho tiempo, cuando los niños hacíamos la primera comunión, la celebración era estrictamente familiar: los padres, hermanos, si acaso algunos primos y tíos. Nada de restaurantes, ni menús caros, ni trajes de fiesta, ni gasto excesivo. Normalmente heredábamos el vestido de alguna hermana o prima mayor, aunque también había quien tenía la suerte de estrenar, claro que no eran diseños de Victorio y Lucchino. Eran vestidos más sencillos, más acordes con la ceremonia que se iba a celebrar. Las niñas llevábamos un pequeño bolsito, donde recogíamos las propinas que nos daban los vecinos cuando les regalábamos una estampita con motivos religiosos y nuestro nombre impreso. Recuerdo lo feliz que me hacía notar el peso de las monedas en mi bolso, promesa de los pequeños tesoros que podría comprar. Ese país evolucionó a una sociedad más avanzada, más próspera, ¿más lúcida?, y la primera comunión se convirtió en un acto social donde mostrar lo bien que nos iban las cosas. El hogar familiar se nos quedaba pequeño para acoger a las decenas de invitados, todos ellos cargados de regalos para el infante, que los abría sin demasiada ilusión, no en vano tenía su cuarto lleno de juguetes y aparatos electrónicos que habían llegado hasta allí en las Navidades, los cumpleaños o porque sí, porque el nene lo vale. Quiero pensar que esta situación no es consecuencia de nuestra falta de valores, y no me refiero solo a los religiosos, sino de la economía de mercado que nos ha atrapado en su tela de araña y nos dice: consume, consume. Piensa en el comercio de trajes de fiesta, en la peluquería, el estudio fotográfico, la zapatería. Todos ellos han de vivir y en el mes de mayo hacen su agosto. Y tan ocupados estamos en los detalles, en elegir el menú perfecto, el vestido que nos estiliza más la figura, el peinado que nos hace parecer más jóvenes, los zapatos de tacón más alto o el álbum de fotos más chic, que nos olvidamos del verdadero motivo de esta celebración. A veces, con el ajetreo de los preparativos, hasta nos olvidamos del niño.

    20 may 2014 / 22:00 H.