La divina transparencia
Seguramente en su origen, la religión, el dinero y el nacionalismo solo buscaban la felicidad del género humano, pero a lo largo de los siglos han sido las tres causas más importantes de su desgracia. Por las tres se han producido tantas guerras que ni un trozo de cielo, ni un elevado interés, ni un terrón de tierra, pueden resarcirlas del daño causado. De la religión y del dinero ya hablé.
Del nacionalismo ¿quién sabe? Ser de un sitio o habitar en un determinado país, en una región o en un pueblo, nos proporciona la lengua, las costumbres y una manera de entender la vida. Eso son obviedades. Lo que de verdad defienden los nacionalistas más recalcitrantes no es el carácter o la cultura, sino un integrismo de RH visceral, una entelequia casi sagrada que a la postre se reduce a simple alquería y a frontera. Nunca he entendido eso de los valores. Se supone que los valores cambian y que el tiempo los ajusta al avance del intelecto, pero para un nacionalista los valores son intocables. Para algunos “paladines” de la política local, en Úbeda hacer ciudad es apostar por esos valores de estatua, es no moverse, ni dudar, aguantar como la mujer de hace cincuenta años que sufría el engaño sin revelarse, por el bien del matrimonio. Yo me pregunto: ¿Ama más quien calla? ¿Ama más quien por mantener una relación mira para otro lado? ¿O ama más quien quiere saber, quien pregunta, quien busca la transparencia? Me temo que se va a poner de moda el término “antiubetense”, ya se encargarán los salvadores de esta “patria chica” de llamar antiubetense a todo el que levante el brazo y pregunte. Y eso, además de demagógico, es muy peligroso. Que a una asociación como “Plaza Vieja”, que lleva muchos años trabajando en la protección del Patrimonio, se la tilde de “antiubetense” sencillamente por preguntar, por defender su autenticidad y por buscar el asesoramiento de expertos, me parece de una estrechez de miras preocupante. En los últimos años han proliferado en la ciudad establecimientos autocalificados como museos o sinagogas que, ante la falta de documentación y por la misma forma de salir a la luz, han sembrado dudas sobre su autenticidad. Nadie discute que estos lugares, en sí mismos, son bonitos y recomendables, pero la excelencia de Úbeda no necesita apósitos. Todo el mundo tiene el legítimo derecho a vender y a sacar un rendimiento. Con ello se genera riqueza y empleo, pero debe de hacerse desde la transparencia, diciendo realmente qué es lo que se vende. Dice el sabio que “Quien teme a la luz esconde sus vergüenzas y quien la busca es libre”. Pero hay algunos que son “tan ubetenses, tan ubetenses” que no se enteran.
Luis Foronda es funcionario