La dinámica de la vida

Desde Jerez. La vida siempre está en movimiento, y aún reconociendo que el derecho está en la vida, no podemos pensar ni aceptar la dinámica en el derecho. O dicho más llanamente, la rendija abre la puerta y después llega la pendiente de las concesiones.

    22 mar 2014 / 23:00 H.

    Todo jurista sabe que un precedente no carece de valor, y que la excepción está llamada a ampliarse, y que en el momento en que se abre la puerta se corre el riesgo (y se acepta) de que cada vez se abra más. El debate sobre el final de la vida, en muchos lugares del mundo ha dejado de serlo. Se comienza siempre por casos extremos, dolorosos, en que el sentimiento está por encima de convicciones, incontestables, de la Ley Natural. En sociología jurídica se llama el “efecto macedonio”, que es la tendencia (lamentable) de modelar una regla general a partir de un caso excepcional. En derecho, como casi todo en la vida, puede ser modificado para tener el efecto deseado, pero cabe la duda de si estaremos promoviendo una dinámica que nos lleva a casos imprevisibles y no deseables. La Ley belga relativa a la eutanasia, desde sus comienzos, ha ido ampliando un abanico de efectos, ya no sólo a los enfermos terminales sino también a los enfermos crónicos, a los que padecen sufrimiento físico o síquico, enfermedades graves incurables, y como en todo, para colmo, será difícil conseguir pruebas en las prácticas clandestinas. Continúa la pendiente, y hace unos días nos ha impresionado una carta de una niña con una enfermedad importante, al rey de los belgas para paralizar la Ley en que se puede llevar a cabo la eutanasia a los menores. Cuesta abajo, no se puede predecir hasta donde podemos llegar. La perversión del hombre no tiene límites y suele ir aparejada con el olvido de Dios. La soberbia de sentirse dueño de lo que jamás puede ser, de la vida. El valor de ella está por encima de la política, del derecho y de la economía. Si estos constituyen los cánones de la existencia pobres son la existencia y sus perspectivas.
    Alfredo Hernández Sacristán